Seamos francos: que una obra sobre la doble moral se haya convertido en un clásico es ya muy significativo de la condición humana. Y aquí, La importancia de llamarse Ernesto nos lo ejemplifica con creces. La rectitud victoriana empuja a nuestros dos protagonistas a crearse una vida paralela. Y no para dar rienda suelta al exceso y a la lujuria, sino para simplemente, poder ser ellos mismos. La comedia, una historia de amor a 4 bandas, se vehicula a través de la absurdidad de un nombre, Ernesto a partir del cual, se arma una trama con aires shaksperianos donde el engaño y la confusión cobran protagonismo.
¿Qué proyectamos en un nombre -como el de Ernesto- para que resulte tan atrayente? Oscar Wilde nos insinúa que el enamoramiento no solo es una caída de ojos cazada al vuelo, sino un reptiliano cómputo mental acerca del poder, del reconocimiento o de la seguridad que la otra persona nos pueda ofrecer. Aunque eso sí, una vez caído el velo -es decir, cuando nuestro nombre verdadero se revela-, es cuando nos podemos empezar a amar por quienes realmente somos.
Amenizada con canciones, esta adaptación dirigida por David Selvas nos muestra las tripas de la sociedad victoriana que tanto podría parecerse, en menor a mayor grado, a la actual. Sin embargo, sobre el eje de la historia -la doble moral- solo se nos muestra ideas tópicas, tremendamente periféricas que hacen que esta comedia deba ser considerada, a mi juico, claro está, como un mero divertimento.