Esta divertidísima versión del texto de Tirso de Molina cuenta con seis actores que emulan las maneras y técnicas de los cómicos del Siglo de Oro, invitando al público a participar del espectáculo, a cantar, a bailar y a reír con ellos. Como en las representaciones de la época de Tirso, el espectador debe usar ante todo su imaginación; en el escenario, unos pocos útiles para los cambios de personaje y un decorado minimalista. Cómo no, prima el color verde.
Es una versión que acerca el clásico a la realidad del espectador. De vez en cuando, algún que otro personaje cuela magistralmente vocabulario reciente o referencias a la actualidad entre los versos de Tirso, a modo de aclaración o apostilla. Ante la sorpresa fingida de los personajes, el público reconoce el anacronismo y ríe a carcajadas cuando escucha la palabra ‘imputado’ o ‘dabuten’, o las referencias al pequeño Nicolás y las nuevas tecnologías.
Se trata de un trabajo coral, muy pulido. Los actores realizan un trabajo magnífico, llegando algunos de ellos a interpretar más de un personaje sin despeinarse, a la manera de los antiguos comediantes. Son también narradores, que sitúan la acción y presentan los personajes, dando paso posteriormente a cada cuadro o escena de la obra. Cada actor posee un instrumento y cada sonido cumple un propósito. Música, palabra y gesto se complementan, dando lugar a situaciones muy cómicas. Muy acertada es la coreografía de las mujeres a la espera de don Gil, que nos trasporta a los años sesenta, el toque de niña pija para el personaje de doña Inés y un don Martín esperpéntico, que aparece asustado, portando un rosario, hacia el final del espectáculo.
Este Don Gil de las calzas verdes entretiene y deleita a mayores y niños durante una hora y media de función. Los actores se despiden cantando, invitando a los espectadores a vivir la vida “con calzas y a lo loco”, y con alguna que otra sorpresa que descubrirán si se pasan a ver la obra.