No es obligatorio ni mucho menos, que un espectáculo tenga pretensiones de cambiar el mundo. Ni siquiera que intente plantearte preguntas. Pero de ahí a que lo que te cuenten te importe cero hay un mundo.
Confieso que las tribulaciones de una burguesa afectada y con unas preocupaciones y unas emociones en tonos pastel me tocan bastante poco. El texto parece como dedicado a señoras de alta alcurnia cuya mayor preocupación es que salgan tarde de pilates y lleguen tarde al brunch para el que habían quedado con Chuchita y con Fufi. Lo peor es que cuando parece que se atisban derroteros algo más interesantes como la irracionalidad del dolor, la imposibilidad de llenar una ausencia o el espacio que ocupa un pérdida, justo en ese momento la autora decide volver al salón de té y al almíbar. Es su vida y ella verá. Pero con ese pudor protector sólo consigue que mi interés de despegue aún más. Jeannine Mestre es muy buena y domina infinidad de registros. Las transiciones y el camino emocional de su personaje los tiene claros y sabe navegar de un estado a otro. Pero lo hace con poco ritmo, con demasiada celeridad y sin buscar unas transiciones orgánicas sino la velocidad. Además enfatiza demasiado cada palabra y cada sílaba y con eso consigue el efecto contrario al que busca, que es que no acabe teniendo fuerza ninguna palabra porque suenan todas iguales. Y la preocupación por pronunciar los nombres con un acento exagerado y artificial tampoco ayuda a que uno simpatice ni con el personaje, ni con la actriz ni con lo que le sucede.
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