El pasado y las experiencias vividas van conformando la persona en que se va desarrollando todo ser humano. En esta composición hay los momentos felices, pero sobre todo el dolor y la tristeza que han provocado ciertos episodios vitales. Los traumas iniciales dejan una huella que no se borra y que va determinando como será el futuro, especialmente cuando estos han dejado heridas tan profundas que nunca han llegado a curarse.
Josep Maria Miró es el artífice de un texto muy laborioso que va construyendo el relato a través de las voces de los diferentes personajes, va desgranando no solo los hechos, sino el sentir y la emoción de todo un pueblo. Una narración que pellizca y conmueve a la espectadora. Primero crea expectación al público que no sabe cual es la historia a la que se enfrenta. A medida que avanza el texto, se van dejando pistas y testimonios que van ayudando a crear el marco con que el personaje principal, desde el que ha decidido explicarlo todo, se va dibujando y detallando.
En un escenario sobrio, lleno de oscuridad con tan solo un foco que ilumina al narrador de toda esta aventura, Pere Arquillué se presenta como el vehículo perfecto que utiliza cada testimonio para poner su voz a toda la historia. Con una concentración prodigiosa y como si se encontrara en trance, se transforma en todos los personajes que elaboran este relato. Consigue que la espectadora se sitúe al lado de cada uno, odiándolo, repudiándolo o sintiendo una compresión dolorosa y triste. Su trabajo minucioso se ve recompensado con un silencio sepulcral en el patio de butacas que no se atreve ni a toser para no interrumpir el momento compartido.
Sin embargo, a la solemnidad del escenario y la actuación de Arquillué le falta un poco de movimiento. El hecho que el intérprete se encuentre casi la totalidad del proyecto estático en el centro del escenario, evitando cualquier desplazamiento, tiene alguna contraindicación. Es cierto que ayuda a concentrar al público en el texto y todo su significado, pero también crea una barrera que hasta bien entrado el último cuarto de la obra no se baja. Es entonces, cuando el testimonio traspasa su emoción a través de la gesticulación y el movimiento de su cuerpo que acaba de conectar con aquellos que aún se lo miraban desde fuera.
Textos tan especiales y tan bien escritos no son muy abundantes y demuestran valentía para hablar de aquello que se deja escondido, aquellos trapos que se limpian en casa y no se denuncian al mundo exterior. Con delicadeza y mucho respeto, obras como esta son imprescindibles.