La compañía más veterana de Galicia, Sarabela Teatro, ha abierto las puertas de El Dragón de Oro para su llegada a Madrid en el estreno de temporada del Teatro de La Abadía. El espacio escénico de Chamberí ha apostado por comenzar el curso teatral con un doble acierto en su programación: visibilizando a uno de los autores contemporáneos más destacados a nivel internacional, el alemán Roland Schimmelpfennig, y reconociendo la labor escénica de cuarenta años de profesión de Sarabela Teatro, una compañía de las de toda la vida, de esas que son ya pequeños fenómenos en peligro de extinción y todo un ejemplo de resistencia.
El Dragón de Oro es una tragedia contemporánea que dibuja un retrato actual y desgarrador sobre los inmigrantes ilegales y su explotación en el mundo occidental. Si los temas que explora son de por sí muy interesantes, más lo es aún la forma de abordarlos del autor que le confiere un estilo único, al mismo tiempo que supone una gran dificultad de puesta en escena e interpretación por parte de la compañía que la representa.
Considerado Schimmelpfennig uno de los genios del collage, esta técnica que impregna toda la obra exige mucha atención por parte del espectador por la fragmentación e hibridación de lenguajes y los recurrentes saltos temporales, especialmente durante las primeras escenas del espectáculo. Además, en la escena se producen de forma constante cambios de espacio y de perspectiva. A esto se suma la inclusión de acotaciones dentro del texto y la inserción de una fábula popular dentro de la historia. De hecho, Schimmelpfennig actualiza la fábula de la cigarra y la hormiga. Esta historia trasladada brutalmente a la realidad contemporánea en un principio puede desconcertar, pero a medida que la va desarrollando esta trama se convierte en el mensaje más potente y desolador del espectáculo.
Sarabela Teatro logra con maestría hacer de la necesidad una virtud: tan solo cinco actores se encargan de interpretar a múltiples personajes cambiando de registro y de género continuamente y a un ritmo trepidante. El reparto destaca por su solvencia y su armoniosa coralidad en una dirección actoral magnífica. Nadie sobresale, todos trabajan a favor del suceso teatral de forma unitaria; todos son versátiles, con un grandísimo trabajo corporal. Hay mucho trabajo, mucha elegancia y muchísimo saber hacer detrás de este reparto que domina a la perfección el oficio y que disfruta y transmite una complicidad grupal excelente. Ánxeles Cuña ha hecho una labor de dramaturgia y dirección sobresaliente: resuelve la complejidad de espacios de la obra con eficacia y con mucha funcionalidad; el vestuario completa siempre el trabajo interpretativo y la música facilita no solo la creación de distintas atmósferas, sino también las transiciones constantes y muchas veces muy rápidas que demanda el espectáculo.
Destaca y choca también el tratamiento del humor y la ligereza de tono en el tratamiento de temas verdaderamente trágicos. Siguiendo el lenguaje y códigos del dramaturgo alemán, la propuesta es directa y clara en todo lo que cuenta; no rebaja gravedad, pero no le otorga intensidad dramática a hechos trágicos. Esta decisión arroja una reflexión muy cruda sobre cómo la vulneración de derechos laborales y humanos ha incidido en el comportamiento social colectivo: una aparente impasividad ante la desgracia ajena porque el sistema de productividad nos impide parar y nos obliga a seguir sin detenernos, y que muestra una alienación individual, y también comunitaria, la cual es nuestra auténtica tragedia.
Entrar a El Dragón de Oro es una muy buena oportunidad para descubrir a un destacado y sorprendente autor contemporáneo con una obra que no deja indiferente y a una excelente compañía de teatro de nuestra escena nacional.