No es de extrañar que Mayorga, autor de la obra, haya llegado a tratar la palabra como el tema central de sus creaciones. Poca gente sabe hacer uso de la palabra como él, que parece seleccionar el término adecuado en cada momento y encadenar unas palabras con otras sin que ninguna parezca escogida al azar. Todo esto se cristaliza en El Golem, una obra densa, profunda y repetitiva en la que la palabra no deja de estar prácticamente nunca en escena y que, precisamente, trata el tema de la capacidad transformadora de la misma.
A pesar de que la obra pueda suponer en ocasiones un reto para nuestra capacidad de atención, a mi me consiguió atrapar e hipnotizar. La combinación del extenuante texto, la escenografía que cambia todo el rato para mostrar lo mismo desde otros ángulos, el uso misterioso de la luz o la excelente interpretación de Vicky Luengo (Felicia), consiguen que entres en un estado de somnolencia despierta extrañísimo que impide que apartes la mirada de la escena. Sin embargo, es cierto que la obra resulta necesariamente confusa, y que por tanto la sensación de mucha gente es la de perderse en el camino y consecuentemente desconectar. Creo que el reto consiste en mantenerse conectado lo suficiente como para que la palabra repetida haga la misma mella en el espectador que en la propia Felicia. Conmigo Alfredo Sanzol, director de la obra, lo consiguió. Y al salir no podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido sin ser capaz, precisamente, de transformar en palabras mis pensamientos ni lo que sentí durante la obra. Y aún me cuesta.