Del texto más aclamado y representado de Albert Camus nacen colores fríos, sintéticos y plastificados de mano de la versión dirigida por Mario Mocanu.
A través de una escenografía limpia y estéticamente perturbadora, Marcos Carazo Acero consigue, a través del uso del audiovisual, penetrar en los estómagos de los espectadores. Como añadidura del ya-de-por-sí escalofriante texto presenta una escena cuyos mimbres se asientan en los colores fríos contrapuestos a la pura oscuridad. Además, la iluminación de Rocío Sánchez Prado destaca especialmente por su articulación con el dramatismo, en el uso de franjas sobrepuestas en el fondo de la escena que reflejan la inevitabilidad del ser y el simbolismo del caudal del río como el curso de la vida, cuyos hilos se rompen gracias a las fuerzas del mal.
Por lo que se refiere a lo interpretativo, Gala Ramón encarna a la Marta de Camus sobre un hilo muy fino por el que camina entre la obstinación y la locura con tremenda profundidad y buenhacer. Asimismo, de un Antonio Luque muy bien dirigido emana un halo casi místico en su papel de figura omnisciente a través de cuyo cuerpo también se cuenta la historia del malentendido más famoso del teatro; con solo un movimiento de manos o un mero cambio en el gesto, el espectador percibe hacia donde va a desembocar la tensión dramática en el mar de palabras inabarcable, que es Camus.
Una obra que respeta íntegramente el texto original del autor, pero cuyo planteamiento resulta realmente diferente y nuevo por lo telúrico de su ensamblaje.