La ya inmortal obra de Jordi Galceran sigue dejándonos sin palabras. Después de todo el recorrido, todos los países por los que ha pasado, todos los actores y actrices que le han dado vida, todo el público que la ha disfrutado y sus casi 20 años de vida, podemos decir que esta obra se mantiene al día. La historia, las situaciones, la presión a la que nos vemos normalmente sometidos para disfrutar de un pedacito de este mundo, las batallas constantes que llevamos a cabo para sobrevivir, etc., todo sigue siendo tan actual que casi no nos importa que sea la cruda realidad. Pero para eso venimos, para reírnos a carcajadas, soltar algunas lágrimas y para salir del teatro un poco más grandes, un poco mejores.
Lo bueno de volver a ver una obra así después de un tiempo, unos años incluso, es volver a revisitar cosas de uno mismo, volver a plantearse cuestiones y poner en duda maneras de hacer que a veces olvidamos que están ahí; pero también es un lujazo recordar un texto que habíamos guardado en un cajón de la memoria, y sobre todo si es con todas estas fieras escénicas que nos han hecho disfrutar al máximo. Un equipo al completo que hace que esta obra funcione como un reloj suizo, con precisión, con todos los engranajes bien situados y dispuestos. Como el ya clásico teatral que es, es una obra que se tiene que ver, por lo menos, una vez. Al año. Como un libro al que volvemos, que releemos y de cuyas páginas disfrutamos, aunque ya sepamos lo que está escrito en ellas.