Hay obras que cuesta recomendar, y esta es una de ellas sin ningún tipo de dudas. Estamos ante un texto necesario, salido de las entrañas y casi a regañadientes, pero tan duro… que cuesta mirarlo a la cara y aguantar muchas de las verdades que nos enseña. No sé hasta qué punto había que ir hasta el extremo, si con la mitad ya te haces a la idea de las dificultades personales, legales y sociales que hay al llegar a la vejez. Pero, sea como sea, está claro que la injusticia está presente en muchas fases del via crucis que pasa la protagonista cuando su padre enferma. Un camino doloroso en el que no solo tienes que convivir con la enfermedad de un familiar, sino que se junta la cuestión económica, la incomprensión administrativa e incluso la familiar. Habrá muchas variantes de la historia, pero está claro que en un punto u otro todos nos podemos sentir identificados, ahora… o dentro de unos años.
La pieza está dirigida con fuerza, casi con desesperación, y a momentos parece más un concierto de rock que no un réquiem, que quizás hubiera sido la forma que le habrían dado otros directores. Creo que la utilización de la música en directo, de momentos performáticos como el de los cabezudos o de las proyecciones sirven a Szpunberg -autora y directora- a dar con el tono que quiere conferirle a todo el conjunto. Pero nada sería igual sin la potencia interpretativa de una Laia Marull pletórica, casi desbordada, que se carga a las espaldas este falso monólogo y que se deja la piel encima del escenario, pero también en las grabaciones donde interpreta a las otras hermanas. Por cierto, las tres hermanas se llaman Olga, Maixa e Irina, en homenaje clarísimo a la obra de Chekhov… con la que guarda más de una coincidencia.