Un texto nuevo de Lluïsa Cunillé es, y lo tendría que ser más, un acontecimiento importante. En una obra tan prolífica y de tanto peso como lo es la de la autora, se pueden reseguir los elementos que conforman una poética personal y compleja escénica de Xavier que también está presente en El último día, bajo la dirección de Xavier Albertí.
Seguimos las vivencias que, durante un día, experimenta el personaje interpretado por Alejandro Bordanove, un joven de veinti y pocos años que puede ser el reflejo de una generación que se ha encontrado un mundo hostil e insolidario que parece querer empujar sus habitantes a la soledad y la desesperanza.
Más allá que Cunillé vuelva a jugar con las diferentes entidades que puede adquirir el personaje/narrador y, planteando, por lo tanto, un interesantísimo conflicto identitario (“no sé qué quiero, no sé quién soy”), hay que subrayar la complejidad del tono con que Bordanove dice el texto: el espectador se encontrará con una contención emocional sostenida durante los setenta minutos de representación, que se aviene con el retrato de alguien que no osa hacer, que no osa decir… A la vez, la interpretación de Bordanove es particular, extraña, fantástica: da la sensación que el actor, el hombre, está siempre presente junto al personaje, no hay una escisión clara entre las dos entidades, lo cual confiere un halo de verdad, o de algo que se acerca mucho, difícil de ver en el teatro contemporáneo.
La estructura del texto (un tipo de via crucis laico del protagonista), otorga al conjunto del último día la forma de viaje, de itinerario vital hacia algo, quizás hacia una toma de conciencia de algo que la autora se encarga de no resolver para que los espectadores tengamos algo que decir, que pensar.
El último día es teatro desde el fondo del alma y hacia el fondo del alma.