Pues resulta que yo soy una joven asintomática. Es decir, que soy una señora jubilada en el cuerpo de una mujer de 43 años. Y yo a las 21.30h ya estoy durmiendo con mis gatos y mi manta eléctrica. Algo muy bueno me tiene que ofrecer el mundo ahí afuera para que yo renuncie a ese planazo. Pero va un viernes y me pone delante el monólogo de un tal Rafa Maza, llamado «Fabiolo Connection», con un personaje que, a priori, me hace gracia y me despierta mucha curiosidad. Y entonces voy para allá, eso sí, pensando «Como luego no me guste, voy a salir muy cabreada, que esto es a las 22.45 y encima hoy ya empieza a hacer frío».
El teatro lleno. Nada que sea extremadamente significativo, (no os podéis imaginar los mojones que he visto en teatros de nombre y con la sala a reventar). Pero cuando estoy ya sentada con mi amiga, llega Luis Zahera. Ya sabéis, el que hace de malo en casi toda la ficción que se hace en España, pero que luego lo ves en persona y te lo quieres llevar a casa a darle un abrazo. Como es un tío al que admiro, deduzco que también tiene buen gusto en esto de elegir ocio, así que ya es un punto a favor para esto que voy a ver y que aún no sé muy bien de qué va. Pero claro, luego pienso que a lo mejor son colegas y que ha venido a verlo por compromiso, y otra vez vuelvo a mi escepticismo inicial de señora desconfiada.
Lo que pasa es que se apagan las luces, suena una música y sale al escenario un señor que durante la siguiente hora y media no me deja parar de reírme ni un nanosegundo. Y empiezo a entender quién es Fabiolo, el protagonista de esta locura tan bien elaborada. Fabiolo es el tipo de pijo que, si te lo cruzas en la vida real, es bastante probable que al principio quieras que se lo coma el cocodrilo de Lacoste. Pero, a medida que va avanzando el monólogo y te va narrando sus locuras , te va conquistando con esa ingenuidad enternecedora que tienen esas personillas que nunca han tenido que subirse a un Blablacar por no poder pagarse un AVE.
La historia que nos cuenta te lleva a lugares insospechados, en un viaje lleno de personajes (que con suma habilidad interpreta el mismo actor) y situaciones tan ridículas como desternillantes. No quiero contaros mucho para no destriparos el trayecto, pero Fabiolo es de todo menos frívolo, porque entre refranes, imitaciones y juegos de malabares, mete algunas perlitas de texto que te dejan clavado en la butaca.
Si hacer monólogos de humor ya me parece más dificil que encontrarte a Tamara Falcó en el Alcampo, este monólogo en concreto, con cambios rápidos de personaje (con su correspondiente corporalidad y registro vocal), con paisajes recreados con mimo, con velocidad de vértigo y texto picado y a buen ritmo…me parece una tarea realmente admirable.
Para haceros una conclusión clara y concisa, a mí hasta se me olvidó que a esas horas debería estar durmiendo. Pero, por encima de todo, salí del teatro con varias sensaciones. Por un lado, me preguntaba seriamente qué tipo de «dealer» tendrá este loquito de Fabiolo para que se le ocurran estas cosas. Por otro lado, me muero de ganas de ser Piluca, Pelayo, Alonso, Beltrán o hasta el que le lleva la bolsa de los palos de golf, para poder acompañarlo en sus próximas aventuras. Pero, por encima de todo…me entraron muchas ganas de ser amiga de Rafa Maza, el pedazo de actor que ha puesto en pie toda esta locura exquisita, para estar presente en el proceso de creación de su próximo monólogo y disfrutar de todos los entresijos que hay detrás de un espectáculo inteligente, elaborado al detalle y muy, muy, muy bien acabado.
Si me estás leyendo, Rafa Maza, quiero ser tu amiga. Yo pago el café.