Me encantaría poder visitar el garaje de Familie Flöz y conocer de cerca, mirando esas cuencas aparentemente vacías, la vida de todos los personajes que habitan en sus historias. «Feste» me ha dejado con ganas de más, hubiera seguido sentada en la butaca el tiempo suficiente para una segunda entrega del cuento que se nos presenta en el escenario. Múltiples personajes entran y salen a una especie de patio interior de un edificio en el que se va a celebrar una boda y nosotras, las personas que acuden al evento, somos partícipes de todo lo ocurre, tanto dentro como fuera de escena gracias al fabuloso juego de luces y sonido.
Salí totalmente cautivada y fascinada por cómo tres personas son capaces de traernos a más de una docena de personajes totalmente diferentes, por cómo un discreto elenco es capaz de hacernos recapacitar sobre la diferencia entre clases. «Feste» en alemán también es fortaleza. En la obra podemos apreciar cómo los poderosos se rodean de unos grandes muros que los aíslan de la «plebe». Tan sólo los separa una puerta automática que abre y cierra el portero. Es precisamente, a mi parecer, este personaje, junto a la mujer de la limpieza, los más importantes de la obra. Son el reflejo de esa clase media que tiene la llave para cambiar las cosas. Son nosotros, los que miramos desde el patio de butacas y los que ansiamos cambiar el mundo a través de la cultura, aunque sea sin palabras y sin gestos, aunque sea llevando máscaras.
El bonus final, tras los aplausos, es la guinda de este pastel. No puedo desvelar la sorpresa.