Feste

Me encantaría poder visitar el garaje de Familie Flöz y conocer de cerca, mirando esas cuencas aparentemente vacías, la vida de todos los personajes que habitan en sus historias. "Feste" me ha dejado con ganas de más, hubiera seguido sentada en la butaca el tiempo suficiente para una segunda entrega del cuento que se nos presenta en el escenario. Múltiples personajes entran y salen a una especie de patio interior de un edificio en el que se va a celebrar una boda y nosotras, las personas que acuden al evento, somos partícipes de todo lo ocurre, tanto dentro como fuera de escena gracias al fabuloso juego de luces y sonido.

Salí totalmente cautivada y fascinada por cómo tres personas son capaces de traernos a más de una docena de personajes totalmente diferentes, por cómo un discreto elenco es capaz de hacernos recapacitar sobre la diferencia entre clases. "Feste" en alemán también es fortaleza. En la obra podemos apreciar cómo los poderosos se rodean de unos grandes muros que los aíslan de la "plebe". Tan sólo los separa una puerta automática que abre y cierra el portero. Es precisamente, a mi parecer, este personaje, junto a la mujer de la limpieza, los más importantes de la obra. Son el reflejo de esa clase media que tiene la llave para cambiar las cosas. Son nosotros, los que miramos desde el patio de butacas y los que ansiamos cambiar el mundo a través de la cultura, aunque sea sin palabras y sin gestos, aunque sea llevando máscaras.

El bonus final, tras los aplausos, es la guinda de este pastel. No puedo desvelar la sorpresa.

Me encanta cuando el teatro juega únicamente con algunos elementos básicos y, aún así, es capaz de transmitir tanta emoción. Una sale de ver Feste con una sonrisa enorme, abrazando la belleza de lo sencillo, de lo primitivo y con una gran sensación de reconciliación con el mundo; de que así, sí. Y eso que esta historia no es especialmente feliz. Pero la historia, en este caso, no es lo más importante. Lo importante son los pequeños detalles, cada gesto, cada momento. Todos ellos desprenden una belleza brutal y dejan a la trama en un segundo plano, de manera consciente.

La compañía Familie Flöz juega con cuatro elementos principales: una escenografía muy bien aprovechada, sus famosas máscaras (que fabrican ellos mismos y que son alucinantes), la música y la expresión corporal. Importantísima, esta última, como podréis imaginar. Qué bien orquestados están todos estos elementos, y cuánto cuidado se ha puesto en cada uno de ellos.

Los actores aprovechan cada rincón de la escenografía, tienen estudiado cada movimiento, y dan vida a tantos personajes que todavía me sigo preguntando cómo son capaces de hacerlo. Sobre el escenario, el patio de acceso a una gran casa con vistas al mar, donde se va a celebrar una boda. Allí, sólo tres actores dan vida al portero de la finca, la señora de la limpiza, el cocinero, los novios, los dos organizadores de la boda, los amigos del novio, varios repartidores, una mujer embarazada sin hogar... y es posible que se me olvide alguno. De verdad, me parece increible el trabajo que hacen.  Su expresión corporal dice tantas cosas a la vez, y son capaces de adaptarla tan rápido a cada personaje y a cada momento de la historia, que parece imposible que puedan conseguirlo con tanta maestría. Además, las máscaras, lejos de quitar expresividad, están creadas de tal manera que encajan perfectamente con la personalidad de cada uno de ellos.

La música también es parte fundamental del espectáculo. No solo ayuda a crear ambientes, también sirve para diferenciar espacios y hacer visible lo que no cabe sobre un escenario. Es casi un elemento físico más de la escenografía.

Qué bonita manera de trabajar tiene la compañía Familie Flöz, qué gusto da ir con ellos al teatro.