No es ningún secreto que la montaña guarda peligros para todos aquellos que deciden encararla. De esto nos habla FitzRoy. Pero habla solo en apariencia: el dilema que allá se plantea, el de continuar la expedición o abandonarla (con lo que ambas decisiones comporta) supone en el fondo los mismos pequeños dilemas que atravesamos todos en nuestra cotidianidad. Aquí, la montaña es solo un contexto, una excusa, un decorado. Lo que importa a metros y metros de altura es lo mismo que importa en el día a día de los espectadores. Me atrevería a decir que es por eso que esta obra funciona y gusta.
FitzRoy nos da lo que promete: inteligencia y diversión a la vez. Nos da inteligencia con un argumento bien trabajado y una escalada – valga la redundancia – de diálogos ascendente. Ya sabemos que Jordi Galceran es todo un experto en no dejar ninguna frase inconnexa, ninguna putilla sin coser. Nos da diversión y risas con diálogos ligeros para hablar de cosas muy serias: lo que preocupa a las 4 protagonistas, pero también el resto de espectadores. No se trata de compartir pasión por la montaña, sino pasión por la vida. Y entrega. Y aquí, estas 4 actrices se entregan a fondo con una actuación más que destacable.
Aun así, a pesar de que la obra tiene un buen puñado de elementos que funcionan hay algo que impide un pleno goce: las expectativas. Resulta inevitable comparar FitzRoy con el Método Gronholm o El crédito, otras obras consagradas del autor. En mi opinión, FitzRoy no se encuentra en la misma altura. Continuaremos siguiendo a Galceran de cerca: el recuerdo de obras excelentes tiene gasolina para rato.