FitzRoy: cuatro mujeres al límite es un canto a la amistad y a los valores de la montaña, un espacio puro, donde los problemas mundanos no tienen que llegar, porque se han quedado abajo, en tierra plana. Arriba, no tienen que estar, porque para lograr la cima hacen falta valores sólidos, entre los que están la camaradería, el trabajo en equipo, y, en el caso de las mujeres, la sororidad, entenderse las unas con las otras, y defenderse. Es una de las lecturas de la obra del tándem Jordi Galceran-Sergi Belbel, guionista-director de obras de éxito como El método Grönholm, pero sin duda la representación ofrece otras muchas capas.
En la obra, las debilidades humanas aparecen una detrás de la otra, pero a fuerza de hablar y hacerles frente se convierten en fortalezas. El mal también estará presente, está claro que en forma de voz de hombre, que a la vez también es el deseo, compartido por dos mujeres. Justamente este hecho, la relación infiel del hombre, es uno de los menos conseguidos por el hecho de ser demasiado previsible cuando se ponen mujeres juntas en un escenario. ¿Siempre tiene que haber un conflicto por un hombre? Es para cuestionárselo.
Para acabar, resalto el gran conocimiento que desprende la obra del mundo de la montaña. Aquellos que están acostumbrados a las excursiones y a la escalada se encontrarán en su medio habitual; el resto lo conocerá con detalle. También destaco la dicción y la pronunciación excelente de las cuatro actrices, que hacen levantar sonrisas solo por la manera como dicen una única palabra. Ahora bien, y aquí escribo la segunda y última situación que considero menos conseguida: los juegos de palabras, recurrentes hasta en tres ocasiones, son excesivos. El primero y el tercero, imprescindibles. El segundo, estirado, hace que el espectador pierda incluso el hilo de la acción.
Por todo el resto, desde el principio hasta el final, excelencia.