Francisca es un golpe en el estómago. Muy duro. Muy directo. Sin contemplaciones.
Un espacio vacío. Cuatro actores sin artificio. Una pantalla en la que vemos al equipo y a especialistas hablar, como si de un documental se tratase, del maltrato hacia la mujer. Una guitarrista en directo junto a un espacio sonoro envolvente, en el que aparecen testimonios de mujeres maltratadas hoy. Y un lenguaje antiguo, porque lo que se cuenta sucedió en 1600, pero totalmente comprensible.
No hay mucho más, ni falta que hace, porque la historia es lo verdaderamente importante. Es una historia real: la de Francisca de Pedraza, la primera mujer que logró ganar, tras cinco juicios, una sentencia de divorcio de su marido, que la maltrató durante años. Una historia durísima y tristísima que, por desgracia, nos resuena hoy. Porque sigue habiendo muchas Franciscas.
El trabajo de los actores es preciso y precioso, porque está lleno de cambios sutiles, de matices, de quiebros. Trabajan desde la honestidad de quien sabe que tiene un material complejo, complicado, pero necesario, entre sus manos, sus cuerpos y sus voces. Y así lo hacen llegar: con respeto, con amor, pero sin vacilar lo más mínimo. El texto es inteligente, porque hace puentes entre el pasado y el presente, porque no enjuicia ni se posiciona sino que solo muestra. Y la dirección busca la belleza y la luz, pero también es despiadada porque no ofrece descanso para el espectador, que se convierte en testigo de una historia que ojalá no hubiera sucedido nunca. Que ojalá no siguiera sucediendo.
Francisca es un golpe en el estómago. Muy duro. Muy directo. Por eso hay que ir a verla.