Sujétame el peine y pásame la gomina, que esta noche es el concurso de baile en el instituto Rydell y lo vamos a petar.
Ahí nos encontraremos con la pandilla de siempre, Danny, Sandy, Rizzo, Frenchi, Kenickie… ¡No faltará nadie! Después subiremos al Grease Lightning para quemar ruedas en el asfalto.
Sí, lo sé, quizá es algo que hemos hecho y visto mil veces. No es nuevo. ¿Y por eso va a dejar de ser divertido? En absoluto.
Grease es un musical que atrapa a los espectadores generación tras generación. Nos lo sabemos de memoria. Da igual que sus míticas canciones suenen en castellano, porque tienes que agarrarte a la butaca y morderte la lengua para no ponerte a bailar y cantar junto al elenco. También da igual que esta adaptación se tome ciertas licencias a la hora de “desordenar” un poco los temas, modificar escenas e incluso dar mucho más protagonismo a algunos personajes. Es Grease del primer al último minuto y únicamente se echa en falta no tener una cazadora de los T-Birds o las Pink Ladies para mimetizarte totalmente con el ambiente.
Los escenarios, muy austeros y minimalistas, cumplen a la perfección con el espectáculo, pues el verdadero protagonismo lo tienen los números de baile y las voces, todas ellas a la altura de este musical donde quizá las féminas se llevan la palma y son merecedoras de llegar al sobresaliente.
¿Hace falta ser muy fan de la película para disfrutarlo? Para nada. Es una historia atemporal, que envejece de maravilla y nos transporta a una época de postureo puro y duro, mucho antes de la llegada de Instagram.
¿Defraudará a los que sí son muy fans? Lo dudo. Yo habré visto más de 30 veces la película y he disfrutado como un gorrino en un charco, así que… musical recomendadísimo.