Oscar Wilde, tal vez el irlandés más internacional, se somete al escrutinio público en tres juicios por hechos que la sociedad victoriana no le quiso perdonar. Moises Kaufman bucea en los archivos de Old Bailey para desempolvar todos los documentos del proceso legal y, en su texto, revelar el nada neutro papel que el poder del muy puritano Reino Unido, personificado en la Corona, jugó en este caso.
Gabriel Olivares apuesta fuerte en esta historia cuyo final, por conocido, no constituye sorpresa alguna. Con una concepción de docudrama en la que el elemento directo es básico, hace orbitar a todos los personajes alrededor de Wilde: Lord Alfred Douglas, Queensberry y la fauna del universo londinense, incluido su submundo. Lo que podría de antemano parecer una sucesión de alegatos legales se convierte en un furioso ejercicio de derechos y libertades desde el esteticismo y la vitalidad. En esta versión se toma partido de modo nada sutil: La Reina Victoria aparece como voz y brazo ejecutor de las ideas rancias y oxidadas del país. Lord Douglas, por el contrario, es redimido y se aleja del tradicional palco de frivolidad y capricho desde el que se afirmaba que destruía todo lo que tocaba.
Los átomos de esta constelación no chocan entre sí; se mueven con ligereza en este escenario tan sobrecargado de tensiones y elementos móviles. Las proyecciones enriquecen los saltos y transiciones entre escenas fragmentarias y las músicas agregan luz a la gris salmodia de acusaciones y defensas. Sorprendente y eficaz resulta la dirección de actores, difíciles de gobernar en un internado tan reducido pero rico, con un ritmo y un volumen feroces que vienen a enfatizar la opresión y la angustia en este auténtico festín de panteras fustigadas en nombre de la moral y la decencia…. Continúa leyendo en TRAGYCOM