Hace días fui a ver en familia el musical “Había una vez, mi familia” al Nuevo Teatro Alcalá. Sin duda, es una obra que nos invita a un viaje nostálgico a los días dorados de nuestra infancia, donde los colores brillantes y las risas eran el pan de cada día. La familia de los payasos de la tele, con su indiscutible talento para capturar corazones, nos recuerda en este musical esos momentos frente al televisor, esperando con ansias sus canciones y juegos. La nostalgia se palpa en cada acto, como un dulce perfume que nos transporta a un tiempo más simple y feliz.
La puesta en escena es un espectáculo visual fiel a la estética clásica del programa original que tenemos en nuestra memoria. En cuanto al decorado, parece sacado de un libro de cuentos, y me gustaría hacer mención especial al “elefante” que referencia a aquellos circos con animales, ya prohibidos, pero recordados. Los actores, hijos y nietos de los auténticos Miliki, Gabi, Fofo y Fofito, con sus gestos exagerados y expresiones faciales, son el alma de la obra, reviviendo con fidelidad a los personajes que una vez nos hicieron soñar… Sus actuaciones son un homenaje viviente a los payasos originales, logrando no solo imitar, sino también capturar su espíritu inolvidable. La química entre ellos es palpable, creando momentos tiernos que resuenan con el público de todas las edades.
La música es una pieza clave de esta obra. Las melodías, por todos conocidas, son el complemento perfecto para las escenas, evocando esa alegría inocente que solo la música de los payasos de la tele podía despertar. En conjunto, “Había una vez” es una celebración de la alegría, la creatividad y la magia que estos personajes representan, un tributo digno que perdurará en la memoria colectiva.
