Convertir la historia del mago más famoso de todos los tiempos en un musical para todos los públicos no es tarea fácil, y este montaje lo consigue con creces.
Si ya admiraba a los actores de musicales por ser unos cantantes increíbles, unos bailarines alucinantes y unos intérpretes súper versátiles, que encima puedan ser unos magos muy muy convincentes ya es dar el triple salto mortal o el «más difícil todavía», si se me permite el argot circense.
Houdini el musical nos sitúa en la última y fatal función del artista, y a través de un juego muy bien estructurado de saltos adelante y atrás en el tiempo, trucos de magia y escenas entre bambalinas, nos da una perspectiva mucho más global de la persona detrás del mito: su carácter, sus inicios, su relación con su hermano, el amor a su mujer y la ambición desmedida por dar y arriesgar siempre un poco más para el público. Es ahí, en ese reto constante contra los límites de lo seguro, donde aparece como contrincante la Muerte, segura de sí misma, confiada de que su presa, por más que se crea capaz de poder escapar, no tardará en acompañarle. Juan Dos Santos hace un papel magnífico encarnando a este personaje que, de entrada, todos podríamos odiar, pero que con una condescendencia parecida a la de un padre que deja al niño jugar porque conoce su límite, y a su toque de picardía se hace querer por el público, y estás deseando que aparezca en escena.
Pablo Puyol como Houdini se echa a la espalda al personaje y al musical entero, con una voz poderosa (que ya todos conocemos, pero que no flaquea ni colgando boca abajo) y prueba una vez más el pedazo de cantante, bailarín y actor que es. Creo que es de admirar el esfuerzo físico que hace durante toda la función sin que se le note ni un fallito de respiración, ni siquiera en los números de “escapismo” en los que imagino no para de moverse rapidísimo para que el público no descubra el truco. Esto lleva un trabajazo previo de preparación, un control y una concentración plena durante todo el show que no puedo dejar de destacar.
Me ha gustado también el estilo de las canciones, más parecidas a un discurso cantado en el que las letras se entienden perfectamente y reflejan los sentimientos de los personajes sin grandes adornos literarios.
Mi único “pero” es que me agobió un poco el no poder “escapar” del pre-show, que se hace un poco agobiante en algunos puntos al concentrarse mucha gente en un espacio muy reducido; en pocas zonas era posible disfrutar realmente del montaje de libros, escenas, elementos mágicos, y frases que han montado en el sinfín de escaleras que recorren el teatro de arriba a abajo.
En resumen, una hora y media de talento artístico a todos los niveles: canto, baile, acting y además magia… ¿qué más se puede pedir a un musical?