“No siempre el teatro se entiende, y no pasa nada”. Con esta frase iniciaba mi defensa de Hysteria ante un atónito grupo de amigas y amigos que me acompañaron hasta el Teatro de la Abadía.
Salimos todos confundidos. Algunos con sabor a Bitter Kas (ese gustillo agridulce, que no sabes si te gusta o te espanta). Otros, directamente, afirmaban que les había decepcionado o, incluso, horrorizado. Yo les propuse intentar enfocar la obra con otra perspectiva, como quien va al Museo Reina Sofía.
Cuando ves arte moderno sabes que las reglas de juego son muy diferentes. Te esperas un cuadro blanco, seguido de una especie de cagarruta en el suelo y muchos QR por las paredes con largas parrafadas explicando las obras. Y lo aceptas. Y hasta te gusta. Porque es arte moderno.
Ya sabes que no vas al Prado a ver meninas, reyes a caballo y bodegones varios. No esperas una historia. Vas en busca de impacto. Y eso es precisamente lo que hace Hysteria. Ponerte del revés, romperte los esquemas y llenarte de imágenes potentes, de ideas y pinceladas.
Si te atreves, la vas a gozar, porque es un derroche de imaginación y el texto tiene momentos brillantes, por no hablar de los actores, que son fabulosos.
Si no te atreves, estará también bien. Lo bueno es que estás leyendo estas líneas y vas sobre aviso. No te esperas la historia del hospital, ni ninguna referencia a la película. Borra tu mente, y déjate impactar.
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Te gustará: Si eres del “team Reina Sofía” y fan de Black Mirror.