A María San Miguel lo de ver las cosas desde un lugar seguro e inocuo como que no le va. Si se mete, se mete de lleno. Incluso si es para hablar de su propia familia, de sus propios fantasmas, de su propio dolor y de su propio vacío.
Cuando ha querido hablar de la violencia, del diálogo, del escuchar y de dejarse espacio, se mete a tope, se involucra de tal forma que logra convertir sus «Rescoldos de paz y violencia» en un clásico de la escena contemporánea. Y ahora ha creado un experimento abierto en el que, acompañada de su madre, lanzan pinceladas sobre el proceso que han vivido y que incluye la muerte de Bernardo, el padre de María y esposo de María José. Y digo que lo incluye porque con la muerte de Bernardo no terminó el proceso que nos cuentan. Esa muerte es un capítulo más de todo lo que nos cuentan. y aunque parezca un desalmado, agradezco que así sea. Quiero decir, obviamente no pretendo restar ni un milímetro de sufrimiento ni de dolor, pero si en la Mirador viéramos una ilustración del proceso de enfermedad y muerte de una persona quizá el retrato habría sido más pornográfico y egoísta, pero es que lo que María nos cuenta son distintos momentos de un duelo que comienza casi con la vida. No, qué coño, antes de la vida. Porque la historia arranca durante la dictadura, pasa por un embarazo ¿deseado?, pasa por la transición (en un pueblo de Valladolid en esa época, que aunque parezca algo anecdótico no lo es, os lo aseguro), pasa por un cáncer, por dos, por tres, por una colección de barro (incluyendo el jarro extremeño, que extranjero no es, pero casi), por la covid, por abrir un vinito, por llorar, por los vídeos de zumba que YO he visto y que os juro que son REALES. Pasa por Santaolalla, por Valladolid, por el compromiso político, por el humor, por la sanación (porque María y María José se están curando con esto).
¿Survivor? Claro. Los tres. María José, Bernardo y María. Y la enfermera y la doctora y las mujeres luchadoras, las que a su manera ayudaron a cimentar la democracia.
Antes he dicho que «I’m a surivivor» es un «experimento abierto» y para mí lo es porque en realidad no empieza en un momento en concreto ni termina nunca. Es más, creo que María debería (y apostaría un brazo a que así lo ha pensado ella antes que yo, que para eso es la creadora) dejarlo vivo y abierto para ir cambiando, sustituyendo, añadiendo o quitando momentos, porque el dolor, la pérdida, la admiración, el homenaje, la herencia y el vacío son dinámicos y laten ellos solos.
Ya, cada uno tenemos nuestros dolor y nuestros procesos y María no pretende señalar un camino, ni correcto ni incorrecto ni lógico. Nos ensaña el suyo. El de las dos. El que sienten ahora, hoy, en este momento. Y te tienden la mano para que tú te unas a ellas con el tuyo propio, con tus propios cacharros de barro, tu zumba, tus lloros y tu mascarilla. María rompe su corazón delante de nosotros, nos muestra varios cachos y nos deja recomponerlos a nuestra bola.
María José y María a mí me llenaron el corazón de amor y de esperanza. De dolor y de lucha. De respeto, de dignidad y de vacío. Y ese vacío no se llena jamás, pero si se vive acompañado, es menos frío.
Pd: yo también tengo una colección de cacharros de barro (me crié en Pucela y supongo que la «tierra» tiene un significado especial para nosotros) muchos de ellos feos, sosos y poco o nada especiales. Pero me llevan acompañando toda mi vida.