Iphigenia en Vallecas se ha convertido en todo un fenómeno teatral y no es para menos. El trabajo de dirección de Antonio C. Guijosa y el brutal talento de María Hervás hacen de esta propuesta un torrente escénico que nos vuelve del revés y nos hace trizas por dentro.
Iphigenia tiene la mirada feroz, es impertinente, está llena de rabia, se revuelve en su agujero y está loquita por encontrar una mano que la saque de ahí, que vea más allá de la quinqui barriobajera. Nos pide que dejemos de juzgarla sin saber, que nos metamos nuestros prejuicios por donde nos quepan y la escuchemos, que nos va a llevar de paseo por su particular decenso a los infiernos. Una invitación a mirar el lado más injusto y jodido de la vida. ¿qué le ha llevado ahí? ¿qué ha pasado en su vida para terminar ahí?
María Hervás se lanza a la arena abierta en canal, pringándose y desparramando las entrañas de su personaje a la vista de todos y si tienes la suerte de que pose sus ojos en ti, y el pánico no te puede,… ¡ay! ¡Esa experiencia no viene con el precio de la entrada! Quien ya la ha visto sabe de lo que hablo.
Tras dejarnos locos con Confesiones a Alá, va y se lanza con este texto de Gary Owen que ella misma se ha encargado de adaptar. Una radiografía de la desesperanza de la clase obrera. Una llamada a despertar, a no permitir que nos sigan llevando al límite, engañándonos con el cuento de que es la vida que nos toca. Nuestra vida no está para hacer concesiones con ella.