Ahora llega esta versión dirigida igualmente por Miguel del Arco pero con un reparto totalmente nuevo, formado íntegramente por intérpretes catalanes. La versión ha sufrido pocos cambios respecto a la que se estrenó en enero de 2019, pero el tiempo y algunos de los hechos ocurridos desde aquel momento sí que se han incorporado y también afectan a la visión de los espectadores ante lo que están viendo. Y es que la elevación de las penas de 9 a 15 años se produjo más tarde de la fecha de estreno… y las peticiones de reducción de pena por parte de los condenados a causa del agujero legal de la ley del “sí es sí” fueron muy posteriores. Todo ello, aparezca o no en el texto de la pieza, afecta forzosamente a la visión global de un caso judicial que fue muy mediático y que cambió por completo la manera de percibir –sobre todo judicialmente- las agresiones sexuales.
La dramaturgia de Jordi Casanovas se basa en las declaraciones de los cinco acusados y de la denunciante en el juicio de La Manada. Según se dice al comienzo, se han teatralizado las situaciones y se han reducido algunas partes pero no se ha añadido nada que no apareciera en el sumario. El resultado es una dramaturgia hábil y descarnada que ayuda a dramatizar los hechos. No es hasta que aparecen las togas que somos conscientes de la procedencia de la historia, de que todo aquello fue dicho dentro de un tribunal. Y es entonces también cuando somos conscientes de la revictimización y del durísimo camino de la demandante en un periplo legal que duró años.La interpretación de Àngela Cervantes es realmente meritoria y estremecedora. Imaginamos la dureza de entrar cada noche en la piel de un personaje como este, aguantando situaciones de humillación y de impotencia. Junto a ella, una buena muestra de los actores jóvenes más interesantes del teatro actual: Carlos Cuevas, Quim Àvila, Francesc Cuéllar, David Menéndez i Artur Busquets. Un conjunto muy compenetrado y coherente que ofrece uno de los documentos más dolorosos de la cartelera actual.