El Kamikaze se marca una especie de ciclo de Teatro Documental con dos piezas firmadas por Jordi Casanovas, Port Arthur y Jauría. Dos dramaturgias escritas a partir del interrogatorio realizado en una prisión de Tasmania, tras una terrible masacre, filtrado a través de portales como WikiLeaks, y el juicio realizado a La Manada. Ni una palabra más, ni una palabra menos, que las que salieron de las bocas de sus protagonistas, y eso es lo que las hace tan terriblemente escalofriantes.
Jauría llega al escenario como un puñetazo en el estómago. No hay medias tintas con este asunto, lo tenemos tan reciente, es tan cercano y lo hemos vivido tan en primera persona, que duele en exceso. La función, dirigida por Miguel del Arco, escuece profundamente porque, en todo momento, somos conscientes que lo que sale por boca de los intérpretes es la realidad, es lo que declararon todas las partes en los juicios. Nuestra cabeza no puede evitar cortocircuitar ante semejante situación: Cinco energúmenos, con sus instintos primarios a flor de piel, privan de su libertad a una joven y la que es puesta en tela de juicio es ella ¡ELLA! Tras pasar por una situación vejatoria y aterradora, se topa contra el muro de la justicia que la acusa de no ser “la perfecta violada”.
María Hervás da vida a la víctima de La Manada, una interpretación estratosférica, tan dolorosa que genera un desconsuelo en el interior del espectador que resulta difícil de explicar, se siente propio. Y ni qué decir de los cinco actores que dan vida a la Jauría: Álex García, Raúl Prieto, Nacho Mateos, Martiño Rivas y Fran Cantos. Resultan escalofriantes, despreciables. Sus interpretaciones son aterradoras. Tan feroces en sus miradas, en sus roces, en sus chascarrillos, en sus palabras… Un trabajo que deja el cuerpo del revés.
Pocas veces he vivido un silencio tan sobrecogedor en un patio de butacas como el que se experimenta viendo esta función. Y lo peor de todo es que la función no acaba, eso se vive de puertas a fuera del teatro.