Despliegue de talento

Jerusalem

Jerusalem
16/01/2020

Nada más comenzar ya nos queda claro que esta producción tiene el sello indiscutible de Julio Manrique que, una vez más, funde el mundo teatral con la narrativa cinematográfica. Una escenografía potente, llena de vida y colores, con un diseño de luces estudiado al milímetro hace que empiece la magia: la caravana que preside el centro del escenario se convierte en el lienzo de las proyecciones visuales y lumínicas que dan la bienvenida a esta historia de Jez Butterworth. Y con estas proyecciones, letras introductorias de la aventura que empieza, otro elemento indiscutible de Manrique: el proyecto musical y sonoro que envuelve el espectáculo. Que el inicio sea la voz de Elena Tarrats, a capela con una pequeña ayuda musical, ya pone la piel de gallina y avanza que viviremos tres horas de auténtico arte teatral.

El texto, crudo, abruma y engancha al espectador en la butaca que queda inducido por cada personaje que aparece en escena. Tanto el papel protagonista, inconmensurable Pere Arquillué, como los secundarios o residuales tienen un significado y un objetivo en la historia, haciéndolos imprescindibles a ellos y a cada una de sus palabras.

Arquillué da vida a un hombre desgastado por la vida, por sus vivencias y miserias, un reflejo claro de la sociedad en la que vive y que también queda reflejada por los jóvenes que lo acompañan en sus desvaríos, en sus excesos y aventuras, en sus reflexiones vitales. Una juventud perdida, que ya crece sin ambición por mejorar en la vida, con resignación para aquello que le ha tocado vivir, sin ganas de luchar o de hacer alguna cosa para cambiar su día a día. Y quien piensa o cree que lo puede hacer, hace el paso, pero no está seguro que sea este su camino cuando, de repente, se siente solo y desamparado dejando atrás lo que conoce de toda la vida.

Decadencia y esperanzas perdidas, se unen a la violencia y la supervivencia de personas que, a pesar de estar solas, encuentran un sitio donde poder ser ellos mismos en comunidad. El propio protagonista expone el hecho de que los jóvenes lleguen a él porque no tienen otro sitio donde se sientan a gusto y cómodos.

Es un lujo ver cómo trabaja todo el reparto, el trabajo y meticulosidad que hay detrás de cada personaje por parte de los intérpretes se nota incluso en los pequeños gestos que se reparten entre ellos en los momentos que el foco está en otros personajes de la ficción.

Arquillué es un animal escénico, cuando pensaba que ya no podía sorprenderme va y se deja el alma (¡y el cuerpo!) para dar vida a Johnny Byron “El gall”. El desgaste emocional y físico que debe suponer este personaje solo lo sabe él, pero sí sé que el público agradece cada lágrima y cada esfuerzo que comparte con los atónitos que no lo dejan de mirar desde la butaca.

De la puesta en escena, música y luces solo se pueden decir cosas positivas, como siempre, Manrique pone cada cosa en su sitio. Todo es útil, todo ayuda a dar fuerza al texto y la narrativa, a que los personajes sean más verosímiles, más próximos y más humanos.

Jerusalem es toda una experiencia. Se tiene que ver y vivir. Todo un despliegue de talento.

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