Una silla en el centro del escenario, vacía y desnuda. Se apagan las luces. Riccardo Rigamonti se sienta sobre aquella y comienza una narración contada a partir de su cuerpo, sus gestos y su mirada con un lirismo interpretativo que no se ve ensombrecido en ningún momento por el agotamiento. Sucesivamente, cada una de las imágenes que se nos presentan con su relato se tornan más vívidas.
La historia de Kohlhaas, basada en el texto de Heinrich Von Kleist – adaptada por Marco Baliani y Remo Rostagno – ambientada en el siglo XVI en tierras de Germania, gira en torno a la búsqueda de uno mismo cuando el mundo se despedaza a nuestros pies. Una búsqueda que aún hoy se ve entorpecida por las nociones de justicia y venganza, así como en las arbitrariedades del orden social establecido.
Resulta especialmente sorprendente que sin ningún apoyo sonoro, Rigamonti alcance momentos narrativos marcados por una armonía incesante y rítmica, derivada del uso de una entonación perfectamente orquestada y milimetrada – gracias a la dirección de María Gómez – , sustentada por las ricas palabras del texto y el apoyo de una iluminación – obra de Magdalena Broto – que segmenta el relato perfectamente entre personajes, escenas y emociones.
Una obra que rezuma hermosura por los cuatro costados a través de un relato bello, sano y fuerte, como lo eran antes.