Una de las canciones más vendidas el abril del 2013 fue la de «*Ding-*Dong! *The *Witch *is *Dead» de la versión cinematográfica y musical de 1939 *The *Wizard *of *Oz. El motivo de compra de esta no fue el relanzamiento de la película ni nada parecida. Si no los mismos británicos, sintiéndose habitantes de Munchkinland, celebrando la muerte de la cual fue primera ministra conservadora entre 1979 y 1990.
El que empezó como una broma en una llanura de Facebook en 2007 se acabó materializando el 2013 de reproducir muy alta esta canción una vez Thatcher dejara su recipiente mortal y se encomendara al Señor.
El que no fue broma fueron sus fuertes recortes sociales y económicas a lo largo de los años, desde que los más sonados y ultraliberales de toda la Commonwealth se reunieran en el Liberal Club de *Whitehall el 1955 y jugaron de ver quién la decía más gorda y en qué momento podrían llegar a tocar el tan anhelado poder.
La Segunda Guerra Mundial había estado dura y a pesar de que la propaganda liberal era fuerte, eran muchos los que se veían seducidos por la anomalía histórica que suponía el socialismo -casi utópico- de las Repúblicas Socialistas y los gobiernos europeos buscaban medidas sociales suficientes seductoras por el electoral, a menudo con un resultado desigual, dando ayudas como creando monstruos de cemento de protección oficial como bien podría ser la ciudad británica de Basildon.
Después del sufrimiento generado (mucho más grande del que ahora nos parece) con la breve guerra del Yom Kippur del 1973 y la Crisis del Petróleo del 1978. Europa, que todavía mantenía la Guerra Fría, entendió que tenía que dar un revulsivo para cuando la guerra finalizara. Sabían cuando acabaría esta? No tenían ni idea. Pero dejaron de abrazar medidas sociales, empobreciendo a muchos, pero haciendo creer que finalmente nosotros, los europeos, éramos los ricos. Todos los europeos éramos ricos y teníamos que dejar de trabajar en fábricas, fue el inicio de la deslocalización de industrias que duró hasta mucho después de la crisis del 2008. No fue hasta la crisis de la covid que nos dimos cuenta de todas las consecuencias de la hiperglobalización.
La hiperglobalización ha hecho nuestro mucho más grande, pero también mucho más pequeño. Las medidas que se toman a una banda del mundo afectan el resto de una manera similar. Aunque nadie se lo espere, aunque pensamos que esto no nos afectará. Pero todo ahora nos afecta.
Antes, los que tenían la paella por el mango tenían que hacer un montón de kilómetros para encontrarse y decidir como tenía que funcionar el mundo o como y con quien se tenían que enfrentar en aquel momento para que sus intereses fueran a toda máquina. Ahora solo hace falta una llamada de teléfono y unas cuántas proclamas y ya está todo hecho.
Las proclamas que hacía la Thatcher desde la cámara de los lores no distan demasiado de las *astracanades vacías de Howard Roark a las novelas de Ayn Rand o el que dice el cryptobro de turno en YouTube. Y todo, como siempre, es la voz del amo. Del que siempre ha mandado. Poco importa si ahora se otorga el título de monarquía absolutista o no. Esto no importó a Harvey *Weinstein, *oi? Solo mandaba y tomaba el que era suyo, rechazaba personas a través de sus directores de casting y todo continuaba igual.
Porque siempre ha mandado alguien o de una alcurnia de algunos, algunos cambian, otros persisten. Agotando y quemando más eras.
La escena final de la adaptación fílmica de Il Gattopardo es una fastuosa escena de 45 minutos en la que vemos el declive de la nobleza como tal como esta desaparece por el nacimiento de un socialismo en todo el mundo. Desgraciadamente es mentira.
«El viejo mundo se muere y tiene que nacer un nuevo mundo, pero de mientras, en este claroscuro nacen monstruos». Era el que afirmaba Antonio Gramsci. Solo que posiblemente este viejo mundo está muriendo desde, aproximadamente, la redacción del Pentateuc. Y El Redentor parece que hace tarde porque ha perdido -nuevamente- el tren. Así que este interludio parece que tiene por bastante rato.
El Congreso de Viena tenía que poner fin en el viejo mundo y adentrarnos en la modernidad, y en cierto modo, cierta parte de la sociedad se adentró en esta. Pero muchas de las estructuras de poder, a pesar de que han cambiado de forma y nombre, se mantienen intactos. Fue durante aquellas fechas también, y tal como vemos al inicio de la obra sin comprender, como se agotó la civilización de la isla de *Tambora debida a la explosión de su volcán, extinguiendo la vida a una banda, haciendo un guapo espectáculo celeste por los privilegiados que bebían y danzaban en Viena.
El Viejo Mundo tenía que morir en aquel congreso de Viena, pero la erupción del Mont *Tambora (tal como vemos al inicio de la obra), fue un acto fortuito que evidenció que no tenía que acabar, a pesar de extinguir en la población de la isla, acontecer un pintoresco espectáculo celeste por los #asistente en Viena y en verano de 1816, aquel año de constantes lluvias torrenciales y que hizo que se conociera como «El año sin verano», y que propició a los invitados de Vila Diodati la generación de dos nuevos monstruos que reunían todas las angustias del hombre moderno en aquel -presunto- mundo moderno, el siempre seductor vampiro de hábitos de *llamprea y que poco tenía que ver con los guls árabes y eslavos y el aberrante y Moderno Prometeo (o un tercero, si seguimos el rastro marital de Prometeo *Alliberat), hecho de carroña y sin pasado que se erige como máxima representación de la humanidad al ser ausente de esta. Estos, pero, con el tiempo acabaron fagocitados por la misma mercadotecnia y el horror que inspiraban, todo y encara poblar pesadillas y fantasías eróticas, no podemos decir que sea la misma.
Todo el mundo estaba por trabajo y mirando aquel congreso, con un Napoleón cautivo, era hora de firmar la paz. Una paz duradera y que diera las bases de un mundo nuevo, un mundo moderno. Pero… era más divertido entretenerse entre mazurcas y valses. Era más fácil entretenerse en inacabables días de vino y rosas donde no pasaba nada. Solo reuniones que tenían que poner orden en el mundo, pero era más divertido danzar. Como bien dice el dicho: “Cuando el gato no está, las ratas bailan”. Pero aquí solo había gatos danzando, gatos comportándose como ratas.
Cabe de ellos quería dejar su cargo, jefe de ellos quería dejar de ser el que mandaba, pero sí que podían hacer que, otros, que mandaban mucho menos, dejaran de mandar. Establecer una paz que durara ciento años y que sirviera porque todo continuara de la misma forma. Pero su poder absolutista tenía que mutar a otra forma. Una forma que pareciera mucho más amable, a
pesar de que fuera una mentira. Y encontraron en el nombre de Adam Smith y sus tesis, una forma de perpetuarse más tiempo al moderno. Ahora, con el tiempo, podemos ver a este filósofo y economista escocés como un burro o un total desconocedor de la condición humana. O quizás es que conocía demasiado bien la condición humana, porque bien sabía que si mandaba el mercado y él podía ser parte de este, él también mandaría. Asumimos que el error fue que lo publicara y que los poderosos de siempre se dieran cuenta que podían pasar de ser rostros en bustos de mármol a ser unos abstractos inversores que actuaban sin regulación.
Ellos lo entendieron y muchos sufrieron.
El Liberal Club lo entendió y muchos sufrieron.
Los cryptobros con su micrófono USB de 40€ y sus neones en la habitación creen comprenderlo y muchos más lo sufrimos, ya sea porque lo ven nuestros amigos y familiares y se lo creen, o por todos aquellos que se lo creen y no hacen más que acontecer hooligans de poder fácticos y empresas que, evidentemente, no los interesa nuestro bienestar, pero sí nuestra experiencia de bienestar y saber en que podrían mejorar. Llenando una encuesta después de habernos dejado 50€ en su efímero placer.
El liberalismo es, pues, la nueva encarnación del que ya conocían nuestros ancestros. Es una continuación del absolutismo y del feudalismo, y una vez vemos que este nuevamente se agota y antes de poder dar, tal como afirmaba el Partido Comunista Chino durante la Revolución Cultural y en *Billy *Bragg, aquella grande pasa hacia delante.
Los intérpretes de La Calórica se entregan al hedonismo en una bufonada que recrea aquellos días, aquel congreso que nunca se acababa porque no había nada a habla. Todo tenía que continuar para que continuara igual, solo que todavía no lo veían sus #asistente, pero a base de repetición comprendieron que nadie quería perder la silla y que todos estaban mirando de encontrar la forma que los afectara menos y, ya de , castigar en aquellos que querían salirse de la norma. No todo el mundo podía coronarse Emperador. Solo se coronaría aquellos que ellos quisieran y sabían cómo se tenía que llevar la discreción para evitar -nuevamente- incidentes como el de la Revolución Francesa.
La *fireta que fue aquel Congreso se representa con personajes que, a menudo, no somos más que *peleles *goyescos, que *malfien incluso de sí mismos y que su máximo objetivo es obtener la parte más grande del pastel porque creen que la sangre de sus ciudadanos, que tan alegremente sacrifican, es su misma.
La distancia con los que los vemos es la que nos hace que no queramos simpatizar con ellos, porque ellos tampoco simpatizarían con nadie como nosotros. Abnegados pagadores de impuestos y de entradas que no tenemos el divino derecho a reclamar nuestra butaca. Esta distancia, también, la encontramos en su lingua franca, porque la mayoría de sus intérpretes usan el francés, a pesar de que cabe de ellos la dominen a la perfección, tal como sucedía en aquellas fiestas, donde era la lengua con la cual más o menos todo el mundo se hacía pero sin demasiados aspavientos en aquel Congreso, porque como vemos, el importante no era la decisión inmediata que tomaran, sino la decisión que tomaron de mantenerse más y más tiempo al poder en una coreografía escénica que es un tour de fuerzo constando para llenar con tan pocos intérpretes todo el espacio que permite el escenario del Libre de Gracia donde no dejan de sonar valses y mazurcas que, en ciertos momentos, se *rellenteixen y pervierten hasta parecer aquellas canciones sórdidas y etílicas de Las Joyeaux de la Princesse y Blood Axis a su enfermizo álbum Absinthe: Le Folie Verte.
Así pues, los habitantes de la obra, habitan un espacio de paz absoluta solo por ellos. Los privilegiados que pueden permitirse vivir adentro de esta paz hasta que de nuevo algo trastoque esta pax romana ochocentista que todavía hoy dura. En ciertos momentos, el perverso y nihilista carácter de los personajes, nos remite a los componentes de Blur en su video The Universal, donde la banda se encontraba en su Korova Milk Bar particular y una gran fiesta se producía. Pero aquella fiesta sí que era por todo el mundo y no para aquel que se pudiera permitir no pagarla.
Después de esto, y sin misterio, encontramos su continuación en una Thatcher en una mención de censura que superó, en la que renegaba del estado y que solo confiaba en los hombres, pero no en su humanidad, sino en la que aquella consideraba que era correcta y que se basaba en un dogma liberal del self-made man que niega de su condición de uno de muchos para ser uno entre todos. Queriendo desguazar el estado que da seguridad mientras vive de este mismo. La habitual paradoja liberal que empobrece y penaliza la debilidad, que no es más que la ley del más fuerte y que se distancia de aquello que nosotros consideremos “civilización”.
Qué diferencia hay entre el discurso de Thatcher, la de los #asistente en el Congreso o la de un señor de la guerra del alta época medieval? Jefe. Solo encontramos más monstruos de las penumbras que enunciaba Gramsci. Todos su ministros, zares y otros oportunistas que solo velan por sus intereses.
Y ver que, a pesar de que la bruja es muerta, no quiere decir que sea muerta, sino que es más próxima a los monstruos de Vila Diodati, recompuesta entre muchos cadáveres de encarnaciones pasadas y con un anhelo de libertad monstruoso y completamente no-muerta. Dispuesta a volvernos a succionar más y más.
Ya decían los Bauhaus a su himno oscuro: «Bala Lugosi’s dead. Undead, undead, undead», y es porque Ding-Dong! The Witch is Undead. La bruja es una no-muerta y devolviendo siempre de la tumba, nos chupará la sangre y martirizará.
La reflexión, propuesta de una forma *planera donde nosotros somos la oposición, remite en el último texto de Stoppard de también trasfondo vienés Leopoldstadt, donde un viejo mundo muere para nacer un de nuevo, pero por la alcurnia de los Merz. Quizás porque ellos también eran parte de este viejo y nuevo mundo y las rarezas históricas las extinguen, para ser más débiles, a pesar de todo. Avanzando a toda máquina porque todo continúe igual.
Porque vendrá en el cuerpo de Thatcher o de en Rishi Sunak, a punto de crear una guerra civil en el partido conservador británico negándose en el tren de alta velocidad, la ultraproducción de productos chinos que no compran sus mismos ciudadanos porque sufren por el mañana que vendrá y su jubilación y prefieren ahorrar, pagar por tics azules, por la unidad de la familia o de España. El enemigo continúa allá, perpetuándose al poder, dejándonos ver que al bono de en Txékhov lo engañaron, porque después de los nobles y su huerto de los cerezos, vuelven de nuevo los mismos en diferente forma y con los mismos gustos antropófagos. Nosotros solo podemos aguar la fiesta a los de siempre cuando bailen. Una y otra vez. Porque, tomando el que afirmaba Emma Goldman: «Si no puedo bailar, no quiero formar parte de esta revolución».