Hay espectáculos buenos, muy buenos y luego está «La casa de Bernarda Alba». Teatro cantado, zarzuela teatral o no sé muy bien cómo definirlo. Porque en «La casa de Bernarda Alba» se juntan todos los elementos que hacen de un espectáculo, algo único, histórico, emocionante y vivo. El texto en el que se basa es una obra maestra. Aunque la adaptación al medio musical obviamente hace necesario un peinado del texto original, sí conserva la fuerza del drama, las claves principales del texto de Lorca y al asfixia. Faltan a veces las «palabras» de Lorca y su sonido, pero hay que admitir que al ser dos medios distintos, los lenguajes escénicos también lo son. Y el libreto de Julio Ramos está a la altura (entre mil comillas) del texto original.
Rubén Fernández Aguirre tiene una visión, lia a todo el mundo y se gesta este espectáculo que iba a dirigir desde el foso él en un principio, pero que según avanzaban los ensayos vio que era mejor para el resultado final que lo dirigiera el propio autor de la partitura. Rubén se quedó frente al piano regalándonos su arte infinito y se hizo cargo de la batuta Miquel Ortega, autor de esta FABULOSA partitura. La música acompaña nuestras emociones con la ligereza de la perfección. La música suena dentro de nuestro corazón y vuela pegada a los abanicos negros de esta panda de torturadas.
La puesta en escena de Bárbara Lluch es abrumadora. El trabajo actoral desplegado es de quitarse el sombrero, y el respeto y la lucidez con la que avanza y crece el drama tiene un tratamiento teatral que en este caso era absolutamente necesario. Escenografía, vestuario, luces… todo asombroso. Y un elenco de actrices salvajes, generosas, entregadas y bestias. A la cabeza Nancy Fabiola Herrera y Carmen Romeu, fascinantes y brutales. Luis Cansino es Poncia. Magistral. El resto de actrices/cantantes , FA-BU-LO-SAS.
Este espectáculo tiene una trampa, y es que va a ser difícil ver algo igual de espeluznante en esta temporada. Eso sí, nunca les agradeceremos lo suficiente ni al genio Rubén Fernández Aguirre ni a Daniel Bianco por apostar por ello, ni a Miquel Ortega por esta partitura brillante ni a Bárbara Lluch por un montaje tan sólido.
Y para remate, Julieta Serrano haciendo de María Josefa. Eso es tocar el cielo.
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