La compañía Mónica Tello se enfrenta a La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, con un montaje poético y lleno de sentimiento, que combina baile flamenco, versos del texto lorquiano y música y cante en directo. Todo ello, acompañado de un juego de luces extraordinario. En el escenario, tan solo cinco sillas y dos cajones, que los personajes recogen o cambian de lugar según la escena.
Con un elenco exclusivamente femenino, el espectáculo gana fuerza a medida que se desarrolla, sobre todo a partir de la entrada en escena de Bernarda y sus hijas. Las seis figuras imponentes, vestidas de luto, se mueven a un mismo compás, como un solo ser, que terminará por descomponerse. Cada personaje nos muestra a través de su cuerpo en movimiento su personalidad y sus más profundos anhelos. Destacan los solos de Martirio y Adela: cuerpos en movimiento que se estiran hacia la luz, casi en un ejercicio del espíritu, que buscan la libertad ante la claustrofobia de la casa familiar y la amenaza materna. Se echa de menos una mayor definición o individualidad de personajes como el de Magdalena o Amelia.
Componen la obra escenas llenas de belleza, tales como el corrillo de Poncia y las hijas de Bernarda, cuando hablan sobre los hombres y los amoríos de juventud, o la elegancia de Prudencia mientras abandona el escenario. Tello hace un tratamiento correcto del texto lorquiano, conserva sus temas y símbolos y aprovecha los focos de humor, especialmente durante las escenas en que las hermanas hablan de dinero o se despellejan las unas a las otras, bien sea por el físico o por el amor de Pepe El romano. En este sentido, destaca la magnífica interpretación, a mi ver, de Beatriz Tello como Poncia, que sabe muy bien transmitir al espectador, con gracia y la expresividad justa y necesaria, las intuiciones del personaje sobre los amoríos entre Adela y el misterioso Pepe.
El personaje de Bernarda Alba, interpretado por Mónica Tello, dice en un momento dado que no se mete en los corazones. No obstante, será este mismo personaje el que desnude todo su ser a través del baile previamente al desenlace de la obra. Tello da un giro inesperado a obra y personaje e invita al espectador a empatizar, de alguna manera, con la matriarca. Sus movimientos desvelan cansancio, incluso miedo y preocupación, y nos presentan a una Bernarda más humana, con sus propios conflictos, sujeta de pies y manos a la tradición. Si bien Tello es capaz de fusionar completamente música, cante, baile y palabra en sus intervenciones, he de decir que las salidas y entradas al escenario de los personajes y las transiciones entre palabra y baile resultan un tanto abruptas en algunas ocasiones. Tal vez la bailaora pretendía mostrar las escenas y personajes a modo de cuadros o pinturas.
Esta versión de La casa de Bernarda Alba concluye con una bellísima y pasional lucha entre Adela y Martirio, a la que se unen el resto de bailarinas, en una escena de contrastes entre el negro y el blanco, la vida y la muerte, la pureza y la corrupción, también con tintes de enfrentamiento generacional, que anticipa la muerte de Adela. Las bailarinas, o fuerzas contrarias, entrelazan sus cuerpos, imponiéndose ante las demás, en un clímax de gran riqueza visual.
No cabe duda: el baile expresa lo inefable y moldea los personajes, abriendo resquicios hacia nuevas interpretaciones. Solo por ello, merece la pena ver este espectáculo.