Desde que entras en el patio de butacas del Calderón ya te das cuenta de que estás ante una producción teatral de alto calibre. Todo está cuidado hasta el mas mínimo detalle, el Photocall, el merchandising y la boca del escenario que, pese a tener bajado el telón deja ver algo de lo que te espera. Leí el libro cuando tenía 13 años y me quedé absolutamente atrapado. Después vi la peli y no me gustó tanto, así que estaba bastante expectante. Dos enormes esfinges (las del Oráculo del Sur) flanqueaban el escenario, pero es que si elevabas los ojos hay dos serpientes descomunales que llegan al techo. Está tan desmedidamente decorada la boca del escenario que me recordó a una de esas fallas enormes que llenan de personajes coloridos toda una plaza de Valencia. La obra es una sucesión de decorados magníficamente realizados y entrelazados unos con otros con una ingeniosa base de cuerdas, que delimitaban el escenario al fondo y que iban cambiando su apariencia en función de la luz. Y es que si algo se puede decir de este musical es que es generoso. Generoso con un espectador que ha pagado una entrada y sale satisfecho por lo que ha pagado, generoso en personajes animatrónicos impresionantes (el Comerrocas, el gusano de carreras, la Vetusta Morla, el caballo Artax, Fújur), generoso en efectos especiales (muchas cosas que pasan en el patio de butacas y que no rebelaré para no romper la sorpresa al lector), generoso en múltiples y continuas coreografías y, sobre todo, generoso en canciones, muchas, muchísimas canciones. Una producción verdaderamente grande.
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