Tanto si han llegado a esta crítica por casualidad como si han llegado por interés y no han visto La Ternura dejen de leer y consigan sus entradas inmediatamente. La función acaba el día 15 tras haber prorrogado y las entradas vuelan.
Que una obra que habla de tópicos sorprenda y no aburra, es difícil. Ésta lo consigue con creces. Mis risas y las del resto del patio de butacas así me lo demostraron. La guerra de sexos nunca me había parecido tan divertida.
Imaginen. España, siglo XVI. Felipe II quiere hacer sendos matrimonios de conveniencia con sus hijas. La reina (una reina imaginaria) harta de que los hombres manejen su vida no está de acuerdo con estos matrimonios y decide huir con ellas a una isla desierta para estar lejos de cualquier hombre. Bueno, desierta es lo que ella cree. La isla está habitada por un leñador y sus dos hijos que, hundidos por su relación con las mujeres, se han recluido allí para estar lejos de ellas. Su encuentro derivará en dos horas y cuarto de magia sobre el escenario.
Los seis increíbles actores que tendrán la oportunidad de disfrutar manejan el ritmo de la comedia a la perfección, como si hablar castellano antiguo fuera lo más normal para ellos (no se me asuste el personal, es un castellano antiguo muy ligerito y divertido).
Permítanme los actores destacar tres cosas sin desmerecer el resto: las parrafadas de la reina y del leñador padre, maravillosas a la vez que imposibles; el playback a lo Cantando Bajo la Lluvia y a ese leñador azulcielo que es para llevárselo a casa.
Alfredo Sanzol (Premio Max y Premio Nacional de Literatura Dramática al mejor autor por La Respiración) presenta una maravilla que deseo con fervor se siga representando cual Ratonera sobre los escenarios de Londres.