Desacomplejadamente paralela a la Ordet de Dreyer (literalmente, la película se reproduce en un pequeño televisor que permanece encendido en una esquina de un escenario que se va montando hasta recrear la escena final), esta obra de Pablo Messiez cuenta con planteamientos paralelos sobre el ser, la fé, la familia y los alcances y límites de sus fuerzas en la realidad (y en las ficciones) que habitamos.
La obra comienza antes de que dé comienzo la obra, con los actores/personajes/personas repartidos por la escena nombrando lo que sucede y sucederá dentro y fuera de la ficción, creando puzzles que se irán encajando durante las escenas y dando lugar a un juego de espejos mágico que envuelve toda la sala, butacas incluidas.
La voluntad de creer es profunda, inteligentísima, desgarradora a la par que divertida hasta la extenuación (pocas veces he visto hacer reír a un público como Rebeca Hernando) y con unas interpretaciones redondas. Una experiencia imperdible de teatro y de vida, una Ordet actualizada para resucitarnos ahora que a veces pareciera que está a punto de acabarse todo.