Por alguna razón, la comedia comercial suele tener que cargar con una serie de injustos prejuicios que son un verdadero lastre por la calidad del género. Entre los productores que creen que la inteligencia y la sutileza son enemigas del éxito generalista, los creadores que piensan que el humor no es un espacio lo suficientemente digno para contar historias importantes y el público poco exigente que se conforma con que los hagan reír con cualquier cosa, la cartelera acaba llenándose de propuestas fáciles, tópicas, gruesas y estridentes que quedan muy lejos del verdadero potencial de este género. Afortunadamente, todavía quedan espectáculos como Laponia que apuestan por hacer comedia desde el ingenio, partiendo de un conflicto interesante, sirviendo de espejo costumbrista de la sociedad que somos y que generan debate desde el entretenimiento.
El texto de Cristina Clemente y Marc Angelet recuerda en el teatro de Yasmina Reza (Arte, Un dios salvaje), donde un debate cotidiano desencadena una hilarante discusión que llega a tener profundas implicaciones. El ritmo de esta pieza de un solo acto es excelente y los diálogos frescos y con algunos giros sorprendentes. Quizás alguno de los personajes (muy bien definidos desde el primer momento, por otra parte) resulta un poco cargante. Además, la ampliación del conflicto inicial deriva a un exceso de ramificaciones que puede despistar al espectador en cierto punto, ya que se llega a debatir de demasiados temas a la vez: familiares, sentimentales, sociales, etc. Sin embargo, la originalidad del montaje es muy destacable, así como un cierre final más que satisfactorio y, lo más importante: te deja dentro del cuerpo algunas dudas que dan pie a la conversación y la reflexión, una vez se sale del teatro.