Pistetero y Evélpides, así como el resto de la obra de «Las aves», han viajado desde Grecia hasta El Pavón (el enclave no podría tener un nombre más apropiado) con una revisión del clásico de Aristófanes ejecutado (en el mejor de los sentidos) a la perfección por La Calòrica. El engranaje está bien engrasado. El texto, la dirección, las interpretaciones, el vestuario, la luz, el sonido, la escenografía,… TODO suma y nada resta para que «Las aves» se convierta en un éxito en esta temporada teatral madrileña.
El texto es sobresaliente, mordaz, ácido, crítico, hilarante, inteligente, ágil, esperpéntico, espectacular y no deja títere con cabeza. Por su lado, la excelsa interpretación de cada uno de los miembros del elenco mantiene al público expectante y en activo durante toda la obra. Pero es, sin duda, la dirección la que consigue converger todo en una máquina perfecta.
A destacar, el magnífico vestuario de Albert Pascual que hace fácilmente identificable cualquier tipo de ave con tan sólo el uso de los colores. Es increíble.
En definitiva, La Calòrica sigue sin defraudar y continúa su grandiosa trayectoria con un espectáculo completísimo y espectacular que debería ser obligatorio para todos los ciudadanos y aún más, si cabe, ahora que las elecciones andan cerca y el populismo se acentúa.