El 1975 Miguel Delibes escribía la novela Las guerras de nuestros antepasados, una fuerte crítica al absurdo de la violencia y especialmente de las guerras. Incluso diría que va del absurdo de la naturaleza humana en general, con personajes que se mueven por sus instintos y un protagonista –de nombre, Pacífico- que se enfrenta al “garrote vil” por honestidad y sacrificio. Un protagonista que proviene de la España rural (lo que ahora quizás denominaríamos “la España vaciada”) y que va desgranando, desde la prisión, una vida tan real como esperpéntica. No es extraño, sin embargo, ver novelas de Delibes encima de los escenarios, transformadas en famosos monólogos (Cinco horas con Mario o Señora de rojo sobre fondo gris) o piezas más corales (La hojarasca o Los santos inocentes). Supongo que el secreto está en una prosa clara y fluida, que habla de tú a tú al espectador y que trata temas a veces muy concretos… pero al mismo tiempo muy universales.
Esta interesante adaptación de Eduardo Galán, con dirección del argentino Claudio Tolcachir (La omisión de la familia Coleman, El viento en un violín), nos presenta solo a dos personajes en escena y se basa en las entrevistas del psiquiatra de la prisión con el protagonista. A parte, tenemos un escenario prácticamente desnudo, con una estructura con ruedas que cambian los mismos actores… El resto, actuación pura y dura. Palabra y gesto muy afinados, que en manos de Miguel Hermoso y Carmelo Gómez se convierten en un pequeño recital. El caso de Gómez es realmente meritorio, puesto que se trata de un actor muy técnico –solo hay que observar como respira, como trabaja la voz e incluso el cuerpo- que a pesar de todo llena siempre sus interpretaciones de sentimiento y verdad. Cada vez que pisa un escenario (Todas las noches de un día, El alcalde de Zalamea) se convierte en una oportunidad para ver a un actor de raza, de aquellos que hemos conocido y admirado en el cine pero que demuestran día a día que superan todos los terrenos artísticos que se proponen.