Las guerras de nuestros antepasados

Captar y saber transmitir los matices de una obra de Delibes es una tarea complicada que Claudio Tolcachir ha sabido dirigir con enorme éxito.

La profundidad del personaje de Pacífico, que tantas veces nos arranca una sonrisa, llega al espectador de forma intensa sacudiendo nuestro espíritu para compadecernos, reírnos o reflexionar.

Amante siempre de la naturaleza, del ser humano genuino y auténtico, Delibes analiza (magníficamente interpretado por Carmelo Gómez) los resortes de una sociedad (que se convierte en universal) llena de estereotipos que encuentra en la violencia su razón de ser.

Pacífico es un hombre sensible, humano, aparentemente torpe que nos da lecciones de integridad y bondad que van despertando en el espectador el deseo de emular sus valores y convertirnos en adalides de la paz.

Las guerras de nuestros antepasados, es de esas obras que no te dejan indiferente, que te toca a fondo y sobre todo si en la historia de tu familia las guerras han tenido un papel cruel y que ha dejado huella para siempre.

El texto de Delibes, en su adaptación de Eduardo Galán, con dirección del argentino Claudio Tolcachir, es una inteligente y delicada crítica a la absurdez de la violencia, de la hombría mal entendida y en consecuencia a todas las guerras. Un texto que es historia viva de nuestro país, interpretado con una maestría sublime por Carmelo Gómez acompañado por Miguel Hermoso.

Carmelo Gómez es de esos actores que nunca defrauda encima de las tablas, es una delicia sufrir, disfrutar y reír con su Pacífico, el personaje protagonista de esta historia emocionante, cruel, y que es común a las historias de muchos hombres de la época, que por un supuesto honor, por ser fieles a los valores familiares impuestos, se veían obligados a renunciar a sus propios valores, a su manera de ser, a su vida.

Mención especial también merecen el espacio escénico y la iluminación; sin salir de aquella cárcel donde el psiquiatra de la prisión, Miguel Hermoso, va desgranando los misterios y los porqués de Pacífico.

Una obra que emociona, que te lleva a recuerdos propios familiares, a historias comunes que no deberían repetirse nunca y que te recuerda que lo más hermoso de esta vida es la revolución de ser fiel a uno mismo, a pesar de que eso signifique ir en contra de los valores de tu propia familia.

¡Es imprescindible y debería agotar entradas cada noche!

Hay quien piensa que los proyectos y los personajes te eligen. No sé qué pensará sobre ello Carmelo Gómez, pero es evidente que Pacífico Pérez, el protagonista de la novela de Delibes, ha cobrado vida y ha decidido poseer al actor. ¡Qué interpretación tan sublime! Conectado a su personaje desde el primer segundo al último, el intérprete se adueña del tiempo y el espacio con una elegancia y aparente facilidad extraordinaria. Pero no lo hace solo, Miguel Hermoso lo acompaña durante un interesante interrogatorio en el cual el actor mantiene una escucha y una presencia de admirar.

Durante la trama, el personaje de Carmelo no hace más que recordar: emocionarse, enfadarse, burlarse, reírse de su pasado... Cuenta la historia de su vida y el espectador viaja con él por su memoria logrando imaginar esas vivencias con todo lujo de detalles. El imaginario del actor en cuanto a la creación del personaje es impresionante, pues solo cuando el intérprete ha vivido de verdad todas esas escenas en su imaginación es capaz de transmitirlas como lo hace Carmelo.

Cuando las interpretaciones son tan ricas y la imaginación llena el espacio, la escenografía –que en ocasiones recuerda a un campo de batalla–, queda en un segundo plano y así se ha planteado en este montaje.

En cuanto a la trama, los temas que Delibes trata son muy interesantes: cómo se heredan las guerras de nuestros antepasados, los estragos que provocan estas indirectamente en las nuevas generaciones, el papel del hombre en la sociedad, la sombra de la masculinidad que a tantos hombres persigue, el papel de la educación y la familia en la vida de una persona... Aunque la novela del autor vallisoletano se publicó en 1975 sigue tratando asuntos muy latentes todavía en nuestra sociedad.

Quizá no somos una generación que haya tenido que vivir una guerra, pero sí seguimos luchando entre la pólvora y las ruinas que esta ha dejado a nuestro paso. Una obra muy amena y profunda con unas interpretaciones magistrales. Imprescindible.

 

El 1975 Miguel Delibes escribía la novela Las guerras de nuestros antepasados, una fuerte crítica al absurdo de la violencia y especialmente de las guerras. Incluso diría que va del absurdo de la naturaleza humana en general, con personajes que se mueven por sus instintos y un protagonista –de nombre, Pacífico- que se enfrenta al “garrote vil” por honestidad y sacrificio. Un protagonista que proviene de la España rural (lo que ahora quizás denominaríamos “la España vaciada”) y que va desgranando, desde la prisión, una vida tan real como esperpéntica. No es extraño, sin embargo, ver novelas de Delibes encima de los escenarios, transformadas en famosos monólogos (Cinco horas con Mario o Señora de rojo sobre fondo gris) o piezas más corales (La hojarasca o Los santos inocentes). Supongo que el secreto está en una prosa clara y fluida, que habla de tú a tú al espectador y que trata temas a veces muy concretos… pero al mismo tiempo muy universales.

Esta interesante adaptación de Eduardo Galán, con dirección del argentino Claudio Tolcachir (La omisión de la familia Coleman, El  viento en un violín), nos presenta solo a dos personajes en escena y se basa en las entrevistas del psiquiatra de la prisión con el protagonista. A parte, tenemos un escenario prácticamente desnudo, con una estructura con ruedas que cambian los mismos actores… El resto, actuación pura y dura. Palabra y gesto muy afinados, que en manos de Miguel Hermoso y Carmelo Gómez se convierten en un pequeño recital. El caso de Gómez es realmente meritorio, puesto que se trata de un actor muy técnico –solo hay que observar como respira, como trabaja la voz e incluso el cuerpo- que a pesar de todo llena siempre sus interpretaciones de sentimiento y verdad. Cada vez que pisa un escenario (Todas las noches de un día, El alcalde de Zalamea) se convierte en una oportunidad para ver a un actor de raza, de aquellos que hemos conocido y admirado en el cine pero que demuestran día a día que superan todos los terrenos artísticos que se proponen.

Hay herencias que duran generaciones, que no se logran extinguir y que destruyen formas de pensar y de vivir. Es solo uno de los temas centrales que atraviesa Las guerras de nuestros antepasados, publicada en 1975 y mantenida a día de hoy como célebre propuesta para dejar de idealizar los tiempos de otros siglos que tanto siguen influyendo en el presente.

Claudio Tolcachir dirige una obra pausada en su puesta en escena, pero acelerada en emociones. Las guerras y las pasiones humanas van marcando el hilo conductor de las confesiones de un protagonista a su psiquiatra. Es más de sobra conocido el monumental talento que tiene Carmelo Gómez sobre los escenarios (en realidad, ¿dónde no lo tiene si lleva toda la vida atrayéndonos también con sus trabajos en audiovisual?), pero en esta ocasión, creo que tiene en su piel uno de los mejores personajes de su carrera. A su lado y frente a frente, Miguel Hermoso cuida cada detalle de su doctor y nos atrapa con un trabajo que acompaña al público y con una voz exquisita que inunda el patio de butacas. La generosidad (e imagino que amistad fuera de las tablas) de ambos intérpretes en escena es más que palpable.

Esta adaptación de Eduardo Galán, basada en la novela de Miguel Delibes es un diario abierto, una escucha al pasado y a los problemas que pueden estrangular diferentes formas de vida y una llamada de atención hacia aquellos que nos les ha alcanzado una bala en cualquiera de los frentes con los que el hombre gobierna el mundo.