Un Molière actualizado, el cual respeta la esencia del original a la vez que plasma su propia personalidad tanto en el texto como en la puesta en escena. Así, se construye un relato que sabe elegir paralelismos entre hace más de 300 años y ahora, dando en el clavo a la hora de buscar un personaje y un submundo contemporáneos que además de otorgar profundidad a la obra se convierte en un elemento dinamizador. En este sentido, el montaje tiene mucho ritmo y ha sabido elegir bien su duración, impidiendo que se pueda hacer pesado.
Sin duda, el gran talento de Enric Cambray y de Ricard Farré hace que este entretenimiento convierta mucho más que eso, asistiendo a un festival interpretativo de alto nivel y una puesta en escena ingeniosa llena de ritmo. Además, resulta atractivo el juego que se hace en diferentes niveles mezclando el texto de Molière con la perspectiva actual, como ya he dicho, junto con la mirada de teatro dentro del teatro, todo perfectamente integrado dentro del espectáculo.