En los cuentos las princesas siempre han tenido buena fama de simpáticas y tal vez caprichosas; muy al contrario, las reinas suelen ser malvadas. Estas princesas, tras el inesperado giro de un premio, emprenden un viaje iniciático que las llevará a explorar otros mundos con su visión localista de falsa seguridad.
La mirada de José Troncoso, Alicia Rodríguez y Sara Romero no es cruel; debajo de la capa de risas e incluso carcajadas yacen estos seres que no saben lo que nosotros sí sabemos, que ignoran su finitud y sus limitaciones, que recorren, con inocencia virginal, senderos ya pisoteados, que conmueven con penas y miedos tan universales como el alma humana. Agustina y Lidia, dos personajes de trazo grueso y surco profundo que a base de risas van tejiendo un retrato amargo de vida y realidad, de lucha y ocultación, de amor y castración. Alicia Rodríguez y Belén Ponce de León ponen carne y tela a estos dos seres condenados a necesitarse mutuamente, a ejercer con dolor y tensión el poder y la sumisión, a protegerse de un miedo paralizante y lo hacen de manera magistral, atrapándonos con gestos y miradas que sin decir nada lo dicen todo y que cuando hablan rebosan veracidad. Todos hemos tenido/tenemos una tía/abuela/vecina con esos giros tan cómicos, tan veraces, tan eficazmente naturalistas. Tras el exceso de una risa poderosa se encuentra la vida que todos conocemos. Lidia y Agustina, como en los cuadros de Solana, como en los dramas de Valle-Inclán, tejen sus raíces en la tradición y la realidad para, con el arma infalible del humor, introducirnos del brazo en los salones del teatro más digno y serio… Continuar leyendo en Tragycom