Con nombre de orden contemplativa, mendicante o monástica, el Teatro Tribueñe, peso pesado en la liturgia escénica, propone adentrarnos en la biografía generacional de las cómicas ambulantes en la voz de una de sus hijas más queridas, pero siempre ignoradas por ese tío mayor que sólo se presenta en entierros y bautizos, llamado gran público. “Las Teodoras” es el nombre de esta congregación con los únicos estatutos del género y la dignidad en la defensa de ese arte inmaterial y efímero que va formando un tejido sutil, pero firme, en un país de dejadez y olvidos históricos.
Hugo Pérez de la Pica, digno heredero de Carmen de la Pica, laureado y renacentista en su esfera creadora, es uno de esos seres que, desde la humildad de los realmente grandes, enriquecen todo el panorama con su cultura y su capacidad. Firma la autoría, la dirección, la escenografía, la iluminación y el vestuario. Nos tiene acostumbrados a un preciosismo basado en el conocimiento y el respeto a otras épocas no muy alejadas de las almas sensibles. Aquí, con un concepto biográfico intimista, juega con lo esencial para no desdibujar el centro de gravedad de lo que está contando.
Chelo Vivares enarbola banderas y estandartes, se los ciñe a la cintura y crece en el escenario al narrarnos épocas felizmente superadas con tono de intrahistoria personal, con la dulce amargura de otros tiempos miserables y la añoranza del humor y la ternura. Se dramatizan fragmentos de obras con sabores aún no olvidados, no siempre de autores conocidos, incluso radicalmente nuevos en odres viejos…. Continuar leyendo en TRAGYCOM.