Camino a la Meca nos presenta un escenario lleno de detalles en la aparente oscuridad del desierto sudafricano.
Dos mujeres que se reencuentran, dos generaciones, dos amigas a las que les une la admiración mutua y la constante necesidad de independencia y libertad. Todo ello podría extrapolarse a la propia realidad de Herrera y Dicenta, amigas en las tablas, madre e hija bajo ellas.
Helen (Lola Herrera) recibe la visita de Elsa (Natalia Dicenta) que pasará con ella una única noche. Su amiga acude algo preocupada por la última carta recibida por la artista y a medida que pasan las horas somos testigos de cómo ambas van desnudando su alma y despojándose de sus monstruos.
Elsa siente una profunda admiración por los valores que representa Helen, una artista excéntrica que está de vuelta de todo y que tiene la libertad por bandera pero que se siente oprimida y relegada por su edad y por el entorno que le rodea, entorno que encarna el personaje de Carlos Olalla, un pastor de la iglesia, papel breve, pero con un trasfondo necesario.
Volver a tener la oportunidad de ver a Lola Herrera sobre las tablas es un inmenso placer, tiene la capacidad de hacerte sentir especial por estar ocupando una butaca y siendo observador de cerca de su arte. Pero si a eso le unimos ver a Natalia Dicenta en las mismas tablas, con su magnífica interpretación, con tanto cariño y complicidad, tan expresiva… No tiene precio.
Carlos Olalla igualmente hace un despliegue actoral magnífico y cierra el círculo de este trío de ases.
Y todo se hace luz mirando a La Meca…cada uno debe enfrentarse a sus monstruos, sus realidades y sus verdades.