Los chicos del coro, el musical, es una de esas obras que tras verla recomendaría que no se la perdiera nadie. Cuando supe que estaba de nuevo en cartelera en el Teatro de La Latina, y habiendo visto la peli en la cual está basada y que tanto me gustó, Les Choristes de 2004 de Christophe Barratier y Philippe Lopes Curval, confieso que tuve muchas ganas de ir a verla y a la vez ‘miedo’ a sentirme decepcionada porque en mi cabeza el listón estaba muy muy alto. Y es que no sé si os ha pasado que a veces películas que habéis visto ciento de veces, al verla adaptada al teatro ha perdido un poco aquello que le hacía especial. No sé, no sabría explicar pero está claro que esto no pasa para nada en este musical.
En el internado del Fondo del Estanque, unos niños huérfanos y otros solo rebeldes tras la Segunda Guerra Mundial en Francia, viven sin mucha ilusión y esperanza bajo el yugo del director del centro Rachin –Rafa Castejón-, ejemplo de persona infeliz que hace pagar por ello a las personas que están a su alrededor. Todo cambia cuando Mathieu –Manu Rodríguez– músico ‘fracasado’ llega a hacer una sustitución como profesor al internado.
En mi humilde opinión, este musical guarda totalmente la esencia de su versión original introduciendo algunas pequeñas diferencias que le dan un toque fresco, actual y de humor a esta versión dirigida por Juan Luis Iborra y traducida y adaptada por Pedro Víllora. Entre otras está la inclusión en el internado masculino de 4 niñas y la profesora Langlois –Eva Diago-, directora de otro internado y que se encuentran allí de manera temporal.
La verdad que todos ellos, junto la madre del pequeño Pépinot –Chus Herranz-, la bondad personalizada de Maxence –Xisco González– y el rebelde chico mayor Pascal Mondain –Iván Clemente– interpretan extraordinariamente sus papeles y son capaces de traspasar al público de la sala con su rabia, su dolor, su desesperanza, su tristeza, su ingenuidad, su alegría, su humanidad, su bondad, etc. Y por su puesto, con mención especial al elenco al completo de niños y niñas que te dejan con la boca abierta de como actúan y cantan a la perfección, siendo algunos tan pequeños. La escenografía y sus transiciones sencillas y rápidas acaban de redondear la obra.
Los chicos del coro, el musical, es una de esas obras que te transmiten tantas cosas buenas y te recuerdan y hacen reflexionar sobre la infancia, sobre como las circunstancias te pueden quitar la ilusión y la esperanza, la importancia de la educación, la vocación y desarrollo personal de hacer lo que nos llena, la importancia del amor, de rodearse de personas buenas y no dejarse llevar por la rabia y el dolor; la importancia del arte, de la música en concreto como medio transformador, y de la vida y de tratar de no perder nunca la esperanza a pesar de todo.
La verdad que no puedo decir nada más que me ha encantado y que salí del teatro un poco más feliz de lo que había entrado, y que sin dudarlo iría otra vez a verla y con un poco de suerte, volver a recibir entre mis manos un avión de papel con la ilusión de una niña ya no tan pequeña, y leer lo que esos niños habían escrito para despedirse del profesor que les dió tanto cariño y les cambió la vida devolviéndoles la esperanza.