Una familia, un tótem

Los nuestros

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Los nuestros → Teatro Valle-Inclán (Centro Dramático Nacional)
07/03/2025 - Teatro Valle-Inclán (Centro Dramático Nacional)

Me he acercado a Los Nuestros desde la admiración al último trabajo de su autora y directora, Lucía Carballal, en La Fortaleza, una obra en la que tres actrices superdotadas, Eva Rufo, Mamen Camacho y Natalia Huarte, escenificaban la exploración de una relación familiar perdida bajo la presencia de una arquitectura efímera y delicadísima, de Pablo Chaves Maza, metáfora de la figura paterna.

En Los Nuestros, otra escultura del mismo escenógrafo (y actor y arquitecto) superdotado preside la entrada al hogar de una familia laica de origen sefardí reunida en duelo para respetar una tradición de la que están alejados.

Esa escultura, ese tótem que preside la escena, guarda el pasado de la familia, retrata a la familia y representa su origen y la potencial inestabilidad de todo.

Es una torre de objetos acumulados que guarda en sí la potencialidad del derrumbe. Es una anticipación y una metáfora permanente de lo que vamos a vivir con esta familia: un duelo presidido por la memoria de la madre muerta y por las razones y los sentimientos de una familia, reunida tal vez por última vez, por obra de la fuerza centrípeta de este ritual de despedida a la matriarca y de la fuerza centrífuga que los ha mantenido alejados unos de otros, explicitando las dinámicas y las razones que los separan.

Acudí a este duelo de 7 días un jueves lluvioso, desapacible, destemplado. Nada más entrar en el hueco cálido y oscuro de la sala grande del Valle Inclán me sentí abrumado y a la vez acogido por ese tótem familiar que preside la perspectiva de la escena y más adelante quedé atrapado en la sala por los conflictos familiares que se van abriendo a golpe de memorias, entrañables o lacerantes, desveladas.

La obra está cargada de textos que tocan a cualquiera que haya perdido a un ser querido, a cualquiera que se haya planteado las razones de su recorrido vital, de sus decisiones, a quienes creen que encontrarse, estar juntos, es necesario, o a quienes han huido definitivamente, en definitiva, a quienes hayan probado cómo las relaciones y las acciones de los demás les han tocado, y a quienes saben que las tradiciones, por descreídos que sean, han tocado su existencia, la elaboración de sus convicciones y sus revoluciones personales.

Una hermana que desafió a su madre para luego acogerse a ella y que ahora defiende su legado con vehemencia; otra hermana que huyó de la madre y salda cuentas con su memoria, para pedir amor para sus hijos y reivindicar un modelo de familia que nunca tuvo ni tendrá; un hijo huido que se encuentra en una encrucijada vital, que no sabe si quiere ser padre, que no sabe si quiere dejar su vocación para poder serlo; una prima refugiada de un exilio voluntario que teme mostrarse como tal en un mundo indignado con su origen; o dos niños que siguen una disciplina estigmatizada por sus pares, como sus antepasados lo fueron por sus creencias…Una novia que sueña con ser madre y vivir frente a un roble, viejo, pero trasplantado como un emigrante, un roble que es metáfora de esta familia de tradición errante.
Y un observador desde la teoría, desde la filosofía, desde el análisis, que mira a esa familia desde afuera, como un coro, como uno de nosotros los espectadores, para luego integrarse y sumergirse en ella con sus propias incertidumbres e inseguridades.

Este universo complejo (y reconocible también por ejemplo para quien viva la navidad en familia en un país de cultura cristiana, por laica que sea esa familia ) está protagonizado por auténticas estrellas, por intérpretes singulares, como Manuela Paso, que es una verdadera diosa sobre las tablas y aquí lo demuestra por enésima vez; como Marina Fantini, que es una diosita argentina que ha hecho trabajos maravillosos en piezas tan bonitas como “La voluntad de creer”, de Pablo Messiez, u “Oveja perdida, ven sobre mis hombros….” de Brai Kobla, dirigida por Jorge Tessone. O Miki Esparbé, que es pura verdad y emociona, o Gon Ramos, ese “hijo de Grecia” que sostiene a un “listillo” encantador que acaba soltando, hasta Ana Polvorosa, que para mi es un feliz descubrimiento sobre las tablas. o Mona Martínez, la protagonista, la nueva matriarca de esta familia a la fuga, que está siempre en primer plano y lo soporta con genialidad.

Pero lo mejor de “Los nuestros” es que estas estrellas, estos grandes que de por sí justificarían la visita, no hacen trabajos individuales brillantes, hacen un personaje único, respiran juntos, están contagiados en todo momento, nos invitan, nos interpelan, nos acogen como uno solo, como un grupo familiar cargado de personalidades fuertes, que protagonizan sus obsesiones, que se reiteran incluso, pero que juntos forman un cardumen, una bandada, que se mueve como un organismo individual. El trabajo de dirección actoral es muy delicado.

He gozado muchísimo con Los Nuestros, con esta familia acumulando pisos de material sensible en un tótem, acumulando energía potencial con la altura, y haciendo cada vez más probable que esa energía se libere en un cataclismo.

Está hasta el 6 de abril en la sala grande del Teatro Valle-Inclán. Háganse el favor.

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