[Los números imaginarios], con Carlos Tuñón a la cabeza, nos vuelven a recordar con la representación de éste auto sacramental que el teatro es comunidad, y que como tal, nosotros, el público, somos parte activa de él, parte del ritual.
Desde el comienzo, la compañía busca que nos abandonemos a la experiencia que propone, y no tanto a la comprensión de la narrativa, porque de eso trata esta función, de experimentar. Escuchar, dejarse ir, y tal vez, soñar.
Es complicado hablar de ella sin desvelar parte de los dispositivos dispuestos en escena para que el «viaje» se realice, pero desde luego, tengo claro que si el arte debe ser algo que cambie tanto a quien lo ejecuta como a quien lo disfruta, con esta obra el espectador que entra en el teatro no será el mismo que sale.
Quería destacar por último el nivel de trabajo de elenco que realizan los/as intérpretes, con una delicadeza maravillosa que junto al inquietante trabajo de iluminación y vestuario/atrezzo hacen que la experiencia de SOÑAR sea tan bonita.