Vaya por delante que hace ya unos 20 años de mi lectura de Los pilares de la tierra. En su momento me pareció un libro de lo más recomendable, pero jamás imaginé que pudiera dar para un musical. Es más, tenía mis dudas sobre el resultado final y acudí al teatro de lo más escéptico. Pues oye, ¡zas en toda la boca! Pedazo de musical, oiga.
Ya desde la entrada al EDP Gran Vía, uno se empieza a dar cuenta de la inversión que se ha hecho en esta producción. La inmersión es automática en cuanto nos sentamos en la butaca gracias al espectacular trabajo que se ha hecho decorando las paredes del teatro, para que sean una extensión de lo que vemos en el escenario. Además, son frecuentes las proyecciones de luces e imágenes sobre cada superficie a nuestra vista, lo que ayuda a sentirnos parte del mundo que ideó Ken Follett.
El uso de escenarios móviles y proyecciones da una fluidez perfecta a cada una de las escenas. El vestuario es más que correcto y logra que nos metamos de lleno en los tejemanejes de la nobleza del siglo XII. Lo único que me dejó trastocado fue el uso de unas pelucas y barbas postizas que daban el cante a kilómetros de distancia. Una pena que, debido a eso, el Rey Esteban parezca un Melchor de cabalgata de barrio.
Vale, todo muy bonito y espectacular, pero… ¿qué tal se ha adaptado la historia? Pues en este sentido habrá opiniones de todo tipo, pero si me preguntan a mí, diré que se ha conseguido una maravilla al lograr condensar en algo más de dos horas y media un libro de más de mil páginas. Si a eso añadimos que las actuaciones de todo el elenco están a un nivel sobresaliente, para qué queremos más. Menudas voces han escogido para este musical, de verdad. No hay una sola canción que no arranque aplausos sinceros y apasionados al público. Chapó.
Este Pilares de la tierra es épico, intenso, emocionante, espectacular e imprescindible para los amantes de los musicales.