Para los que pensamos a menudo en las raíces y en el desarraigo, signifique lo signifique eso, Los Remedios es especialmente emocionante, además de muy muy divertida. Y para los que no, en realidad creo que también.
Es la segunda vez que veo a Fernando y a Pablo contarme su vida con la originalidad y la sensibilidad especial que ambos tienen y que convierte esta obra en lo que es. Con el equilibrio perfecto entre las sutilezas y los momentos explícitos en los que todo te explota en la cara. Con una buena dosis de comedia que parece salirles sola y sin esfuerzo. Es complicado describir el talento que desbordan ambos, encarnando multitud de personajes como si llevaran toda la vida en su piel. Es más que evidente que su capacidad de observación al mundo que los rodea es infinita, y que la habilidad para representarlos la llevan dentro como un juego disfrutable por ellos y por todos los que lo ven. No sé cómo, además, consiguen transmitir tanto cariño y respeto por lo que hacen. Una honestidad que se ve poco en los tiempos que corren.
Como andaluza que lleva más de diez años fuera de Andalucía reconozco todas y cada una de las situaciones que experimentan, como adolescente que quiso ser escritora o algo parecido, también. Siento y comparto sus reflexiones. Me hago preguntas muy parecidas. Y tampoco tengo las respuestas.
No sé si esta reseña es algo más que un intento de decirle al mundo lo mucho que me gustan no sólo ellos, Los Remedios y la amistad que los une, sino sobre todo el hecho de que exista más gente que siente y piensa lo que yo, ahora y en el pasado, y que consiga desenredar, darle forma y expresar así de bien lo que llevo años rumiando. Sentirnos menos solos gracias al teatro. Eso sí que es barrio.