Había mucha expectación e ilusión en la llegada del primer montaje escénico de Los santos inocentes. La novela del escritor vallisoletano Miguel Delibes fue publicada en 1981 y tres años más tarde, el director Mario Camus estrenó su versión cinematográfica, una película sobresaliente e inolvidable en el imaginario colectivo. La sombra de estos santos inocentes era tan tan alargada que hemos tenido que esperar más de 40 años, para poder disfrutar sobre las tablas de uno de los relatos más trágicos, realistas y poéticos de nuestra literatura del siglo XX.
La espera ha merecido muchísimo la pena. Javier Hernández-Simón dirige una propuesta escénica magnífica y magnética que te sumerge de lleno en esa realidad oprimente que muestra el reflejo vivo de nuestro retrato social. Un espectáculo impregnado de crudeza, belleza y una profunda humanidad que hace hincapié en la importancia de la educación como única forma de poder convertirse en un ser humano libre y autónomo. Si bien Delibes nos presenta una realidad social que acontece en los años 60 es realmente emocionante sentir que todavía hoy, pese a los progresos sociales, nos seguimos sintiendo conmocionados por las relaciones todavía existentes entre los que oprimen y los que son oprimidos. Ése ‘a mandar, que para eso estamos’ sigue erizando la piel por su vigencia. Realidad, poesía y tragedia emanan de la propuesta.
La adaptación, realizada por Javier Hernández-Simón y Fernando Marías, es maravillosamente fiel a la novela, muy ágil y ha logrado hacer más asequibles algunos parlamentos al trasladarlos al código escénico, lo cual es todo un acierto. La puesta en escena combina a la perfección la crudeza con la poesía de Delibes: esa bandada de milanas junto con el magnífico diseño de iluminación y el acompañamiento sonoro ofrecen momentos e imágenes de auténtica belleza poética en este espectáculo.
Un texto hermoso y muy vigente en su esencia, una puesta en escena poética y un reparto único y formidable. Uno de los mayores retos de asumir una versión teatral de la obra cumbre de Delibes era llevarla a escena con un reparto solvente y con mucha personalidad. ¡Y así ha sido! Un elenco de nueve actores que mantiene en equilibrio el peso de la acción dramática. Javier Gutiérrez, Luis Bermejo, Jacobo Dicenta, Pepa Pedroche, Yune Nogueiras, José Fernández Valencia, Raquel Varela, Marta Gómez y Fernando Huesca, todos están formidables, y esto es lo que convierte en imprescindible e inolvidable a esta propuesta. Esta entrega, calidad y buen hacer conjunto de un reparto tan numeroso no está siempre presente en una obra de teatro coral.
Sin duda, el montaje es digno merecedor del reconocimiento a Mejor Espectáculo de Teatro en la primera edición de los Premios Talía, porque es, sin duda, uno de los mejores espectáculos de la temporada.
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, y que quien escribe estas líneas es una orgullosa vallisoletana, sólo queda afirmar que la milana bonita de Delibes por fin vuelta alto sobre los escenarios y su viaje quedará marcado en la memoria de todo teatrero que se precie.