Los últimos Gondra pone el broche de oro a una trilogía que nos revela el poder ficcionador de la memoria con respecto al conflicto vasco. Lo hace a través de los ojos de un hombre (Borja Ortiz de Gondra) que se propone reconstruir un siglo de historia de su familia para así poder curar viejas heridas y rencillas. En un momento en el que han proliferado obras de este tipo (que durante muchos años hubiesen sido difíciles de llevar a cabo por el silencio impuesto por el terror) como la insuperable Patria o La línea invisible y Maixabel, entre otras, la novedad que introduce el autor/actor es la de aparecer dentro de su propia creación de manera autoficcional además de presentarnos esa crónica familiar desde el prisma del realismo mágico. En ella el protagonista dialoga con los viejos fantasmas (recuerdos) de su familia, cuyos secretos permanecían ocultos en el interior de un armario. La metáfora y la polisemia de este mueble le sirve también para hablar de otro armario como el de la homosexualidad. Si Chile tiene a Isabel Allende con La casa de los espíritus, Colombia a García Márquez con Cien años de soledad o México a Rulfo con Pedro Páramo, la literatura española vasca ha encontrado en Borja Ortiz de Gondra a su «Gabo» particular. Una obra imprescindible, emotiva, dura y brillantemente elegante.
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