Pasar ahora por el teatro Rialto se ha convertido en una salida express de Madrid con tan solo cruzar su puerta para aterrizar en una preciosa isla griega y revivir los preparativos de la boda de Sophie. Mamma mía es seguramente el musical que puso banda sonora a mi adolescencia y me transporta directamente a casa de mi mejor amiga, que era quien tenía la película en DVD y en aquel momento todavía no había ninguna plataforma para verla. Me sé sus canciones de pe a pa y siempre he vibrado con esa Donna que regenta un hotel, pero que por dentro es una super dancing Queen. Adoro está historia porque es una oda a la amistad y al amor entre una madre y su hija.
De modo, que con tanta emoción y recuerdos que tengo dentro, la nueva apuesta de Mamma mia lo tenía complicado conmigo. Y si bien es cierto que, en la primera parte no logró engancharme del todo, ésta cerró con un número grupal que me despertó esas cosquillas que iba buscando. La segunda parte fue hacia arriba como la espuma y ahí sí que salí con esa alegría que Mamma mía siempre me ha dado. Esa paz que sólo unas pocas películas o series nos dan, esas a las que recurrimos cuando no tenemos un buen día y encontramos un remanso de paz. Y es que Mamma mía es eso, un lugar refugio en una isla griega en la que nunca he estado, pero a la que he viajado decenas de veces.