Si hay algo que valoro de los musicales, son las buenas dosis de interpretación, algo que por desgracia no es muy común. Una buena cobertura de baile y calidad vocal la doy por sentada por exigencias del propio formato y Mamma Mía lo cubre sin problemas pero, lo que realmente distingo es cuando los directores apuestan por actores formados en voz en vez de cantantes con baja formación interpretativa.
En Mamma Mía se nota que se ha trabajado en el elenco en esta dirección, que es lo que hace a un musical cubrir la parte de teatro y no ser un mero concierto. Y me gustaría destacar especialmente el papel que hace la protagonista Verónica Ronda por su sencillez.
Los musicales suelen asomarse a los sueños, donde escenas cotidianas de repente se vuelven surrealistas explotando en baile y canto, en purpurina. La tendencia al exceso puede ser contraproducente, de ahí que la sencillez en la interpretación es clave porque llega al punto esencial: la emoción. Y esa emoción se traslada al público pero es difícil de transmitir en un intérprete cuando canta porque puede afectar a su afinación, y tiene por tanto, un mérito que ha de ser reconocido por su dificultad.
Aparte pues, de esa emoción que te hace conectar como público, las míticas canciones de ABBA te hacen revolverte en la butaca. Es un espectáculo que va in crescendo y te hace soñar, tanto que al salir del teatro conserves durante un rato esa purpurina musical que tienen los finales felices.